Yo amo a Bogotá, partamos de eso.
A Bogotá le debo todo lo que soy como profesional, como deportista, como
experto en pedagogía. Gracias a Bogotá
tengo una visión panorámica, amplia y progresista del mundo y de la vida. En
Bogotá están mis hermanos, mis amigos, las novias que tuve alguna vez, los
colegas del deporte. Y por su crudeza,
dificultad de abarcar, abanico de opciones de todo tipo y el canibalismo
laboral en todos los sentidos, Bogotá me hizo competitivo, me puso alerta, me
mantuvo actualizado y “en forma”, me enseñó a adaptarme al cambio, a no
sentirme confiado ni “en confort”, realmente me preparó muy bien. Me siento muy satisfecho con el resultado de
más de 20 años de vivir aquí.
Entonces, ¿Por qué mis ganas de irme? ¿Por qué mi hartazgo de la ciudad? ¿Por qué evitar intencionalmente el dejarme
seducir por todas sus ventajas? Yo lo
tenía comprendido a medias, especulando unas veces una razón y otras veces
otra. Pero hace un par de semanas que me
di a la tarea de responderme estas
preguntas frente a una circunstancia que se me vino encima de súbito. Llegué a algunas conclusiones.
1.
Mi amor por Bogotá es cosa de
otro tiempo. Pero no otro tiempo de
Bogotá, sino mío. Otros años en los que
necesitaba vivir lo que Bogotá me ofrecía, pero hoy no tendría sentido vivir
eso nuevamente
2. Lo que más disfruto de la
ciudad no son las cosas que la ciudad ofrece per se. Es decir, podría disfrutarlas en otro lugar
3.
Lo que menos disfruto de
Bogotá difícilmente se encuentra en otro lugar del país, y permea, contamina y
deja intragable al resto de inconvenientes y a todas las ventajas
4.
He tenido la opción de
resignarme a soportar una o dos orugas para poder disfrutar de las
mariposas. ¿Pero si ya no me gustan las
mariposas?
Cuando era estudiante no me gustaba de Bogotá el hecho de ser una
ciudad ruidosa, contaminada, llena de gente hostil o indiferente, que vive de
afán y anda en una vorágine de trabajar, trabajar y trabajar, para producir,
producir y producir, que permite consumir, consumir y consumir, y luego presumir,
presumir y presumir, con el estómago más lleno de vanagloria que de comida.
Eso ya no me molesta. Y no
porque Bogotá haya cambiado hacia una dirección más sensata de su población,
sino porque me volví el tipo adaptado a la ciudad ruidosa y contaminada, me
volví el tipo hostil e indiferente que vive de afán y que anduvo en esa
vorágine de trabajar (más como presa que como depredador), pero supe mantenerme
a salvo del consumo, la presunción y la vanagloria. Ahora me importan un rábano, y he tenido la
fortuna de estar donde importen un rábano, pero no siempre se tiene esa suerte
Tampoco me molestan, per se, los huecos, los trancones, porque por
fortuna he decidido no tener carro y me he mantenido ahí, además de haber
procurado vivir cerca del trabajo para evitarme esas frustraciones, pero no
siempre se puede. Inseguridad hay en todos lados y se puede evitar en gran
medida “no dando papaya”. El ruido que
se vive a veces no se compara con el que sufrí en Riohacha durante cuatro años. ¿Entonces?
La gran decepción, aquello que me agua la sopa, lo que hace que a
mi sonrisa le dé dolor de muelas, es precisamente lo que ha hecho de Bogotá una
gran ciudad, cosmopolita y vanguardista a pesar de los retrógrados que le
pululan. La razón para no querer a
Bogotá es que: ¡¡ Es ENORME !! y ¡¡ES MUY DENSA!! Y finalmente:
El ritmo de la ciudad es tal que ¡¡NO HAY TIEMPO!! Ese es el vidrio que
está dentro del pastel, y el que no deja disfrutar lo bueno y agrava lo malo.
¿De qué sirve tener 100 salas de cine y 50 teatros si no te queda
tiempo ni de revisar la cartelera porque vives a más de una hora de un trabajo
que te exprime la vida con crudeza por más de 10 horas al día? ¿De qué sirve tener eventos como la feria del
libro (O cualquier otra exposición de ese tamaño) si para un trabajador promedio (45 horas a la
semana, que son los menos porque otros hemos tenido cargas superiores) le queda
imposible entre semana e impráctico los fines de semana? ¿De qué sirve tener tantos museos si están
estratégicamente ubicados para que llegar hasta allá sea una odisea que te
consuma más horas de las que vas a estar contemplando las obras?
Ir a cine a la mejor cartelera de Bogotá pasó de ser una actividad
de grato esparcimiento para convertirse en una odiosa travesía que puede
consumirte de cuatro a seis horas (A menos que vivas o trabajes a pocas cuadras
del Avenida Chile).
El problema de la falta de tiempo se nos viene encima cuando
queremos hacer algo medianamente productivo en el tiempo libre ¿Estudiar?
Los que lo intentan se quedan sin vida hasta que finalizan
estudios. ¿Tener pareja? Con suerte se puede si estudia o trabaja al
lado (lo cual tiene sus enormes desventajas).
¿Tener un hobby? Se puede,
siempre y cuando el hobby sea trabajar horas extra (no pagadas, está
claro). ¿Hacer deporte? Quizá tenga la suerte de que haya un gimnasio
cercano a su casa, y estará repleto a las horas que puede ir. ¿Ir a eventos, fiestas, reuniones? Sacrifique algo de lo que ya tiene, por
ejemplo el sueño o el tiempo con su familia.
El solo hecho de ver en el transporte público que las mujeres se
maquillan, unos estudiantes aprovechan para estudiar en el bus, una buena
porción aprovecha para terminar de dormir porque el madrugón no se lo permitió,
y muchos tratan de mantener a flote su relación de pareja por teléfono o chat,
son ejemplos de cuánto tiempo falta a todos en una ciudad como esta
Lo ideal sería tener un trabajo por horas, de medio tiempo, o de 6
horas al día, para poder disfrutar la ciudad, pero quienes tienen esa suerte (yo
lo consideraría suerte) aprovechan el tiempo libre para seguir buscando
trabajo, y a veces lo encuentran y resultan con cargas de 12 horas y trabajando
fines de semana. Peor que antes ¿Por qué
lo hacen? La mayoría de las razones
derivan de esta: ¡¡BOGOTÁ ES MUY
CARA!! Una salida de pareja con taxis de
ida y vuelta, cine, y cena, sin ser plan austero pero tampoco derrochador,
puede llegar fácilmente a la cuarta parte del salario mínimo. Ese mismo cálculo en cualquier otra ciudad
del país no llega a tanto.
Entonces llego a las siguientes tres conclusiones, que tendrán
pocos detractores:
1.
Bogotá es una excelente
ciudad para estudiar en la universidad, en especial si estás en una de las
mejores del país, como mi amada Nacho.
2.
Bogotá es la mejor ciudad
para vivir los primeros años de experiencia profesional, mientras te haces un
nombre. Se aprende bastante, se mantiene
actualizado y competitivo, se le coge el ritmo al mundo
3.
Bogotá es una excelente
ciudad para visitarla como turista. Eso
sin dudarlo. Ojalá todos las personas
pudieran conocer la capital
Pero la siguiente, quizá sí tenga muchos detractores, pero es mi
conclusión final: Bogotá no es una buena
ciudad para vivir toda la vida si tu idea de calidad de vida implica tener
tiempo libre para varias cosas diferentes al trabajo. Yo siento a Bogotá como una ladrona que en un
parpadeo me roba todo el tiempo que tenía para hacer el montón de cosas que
quiero.
________
¿Y a qué se debió esta retahíla?
Fue sencillo: Me ofrecieron un trabajo
que implicaba irme de Bogotá y acepté de inmediato. Estaba bastante contento con esa posibilidad
y ya estaba organizando todo para irme definitivamente. Pocos días antes del día D (D de día), me
dicen “Hemos decidido que mejor te quedes en Bogotá”, y mi cara de desconsuelo
y aburrimiento (por no decir “mamera”, que me daría pena) fue tal que no solo
me preguntaron cuál era mi problema con Bogotá, sino que se buscó la manera de
permanecer como la guayabera: Por fuera
(de la ciudad). Y la pudimos encontrar.
Así que ahora vivo en una ciudad pequeña, con todas las ventajas
sobre el tiempo libre que siempre quise, y que buscaré la manera de aprovechar
al máximo. Lo mejor es que no es tan
lejos de Bogotá, así que de vez en cuando podré ir de visita a disfrutar algo
de esa ciudad que amo tanto.
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