Esta semana, como parte de mi trabajo, tuve que entrar a algunas clases para observar el trabajo de los profesores. Cuando estaba visitando el salón de primero primaria, veía a los niños y su diverso comportamiento y traté recordar cómo era yo a esa edad y en ese contexto, entonces me acordé de la anécdota que voy a comentar hoy. De paso, como ya se acerca el cumpleaños de mi hermano Julián, aprovecho para vincularlo a la historia en el rol protagónico que siempre ha tenido. Aquí va:
Corría el año 1982 y yo era el niño de la fotografía, en primero primaria, con los ojos bien abiertos, con ganas de aprender de todo. Al final del año, mi boletín de calificaciones estaba orgullosa y arrogantemente lleno de 5.0, y mi hermano había obtenido un rojito 2.5 en matemáticas. Cuando quise mofarme de mi mejor resultado comparado con el suyo, me respondió algo como:
- Es que los de primero tienen una matemática muy fácil, solo es saberse las tablas y hacer unas sumas sencillas. En cambio en tercero tuvimos que hacer multiplicaciones de números de 20 cifras por 20 cifras, y sumas que llenaban la hoja entera. En lenguaje hay que leer unos libros muy gordos y recitarlos de memoria, en sociales hay que saberse todas las capitales del mundo, en ciencias...
Yo siempre le he creído a mi hermano todo lo que dice. Al día de hoy aún suelo consultarlo hasta por cosas triviales y tomo muy en cuenta su opinión. La respuesta que me dio entonces se me grabó como el miedo. Había que hacer algo, y había que hacerlo rápido. Yo no podía permitir que la escuela me sorprendiera con esas exigencias sin estar preparado, pero sobre todo, tenía claro que yo no podía caer en el mismo lugar que cayó mi hermano. Yo necesitaba vencer a la profesora, porque al vencerla, vencería a la escuela, al sistema, al mundo, y de paso también a mi hermano mayor.
Toda mi vida he tenido a mi hermano como el referente a seguir. Como sólo es un año mayor, yo resulté heredando la ropa que le iba quedando pequeña, los zapatos que ya no le entraban, los juguetes que ya no usaba. Pero lo más importante fue que heredé sus libros, cuadernos, trabajos escolares y los recuerdos y opiniones acerca de sus tareas y la experiencia general de verlo estudiar los temas que estudiaba. Cada vez que yo veía un tema nuevo, mi hermano ya lo había visto el año anterior, y yo había sido testigo presencial atento a aprender de su experiencia.
Entonces, ante tan irresolubles ejercicios que mi hermano me auguraba en ese noviembre del año 82, me di a la tarea de realizar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones de cuanto número tuve a mano, así como a la lectura de libros cada vez más gordos y complicados (de mi tío Mario, que hacía Bachillerato) incluyendo el atlas universal Aguilar y el pequeño Larousse ilustrado. Para enero, yo ya había realizado la suma de columnas enteras de números telefónicos del directorio (una excelente fuente para encontrar números), y del resultado restaba uno a uno los teléfonos de la columna siguiente, a veces haciendo previas multiplicaciones entre algunos tomados al azar, aglutinándolos para tener números de 10, 15 y 20 cifras como los que mi hermano intentaba asustarme, y dividiéndolos por el número de cédula de mi abuelo, la extensión territorial de Colombia, la población de Bogotá o cualquier número que apareciera. Con la práctica, me asomaba a la calle a sumar mentalmente las placas de los dos siguientes carros que pasaran, o a realizar operaciones con cualquier número que apareciera en radio, en televisión o en las puertas de las casas.
Al entrar a grado segundo, estaba bien afilado y ansioso de demostrar que no me iban a coger a mansalva, que tenía mis armas y pensaba usarlas. Yo no iba a perder, yo venía a vengar a mi hermano, llenándome de gloria en el proceso. No importaba si era clase de lenguaje o matemáticas, yo estaba en primera fila aprovechando cualquier oportunidad para demostrar que ya sabía lo que la profesora estaba enseñando ¿ese era su mejor golpe?
Una ocasión, la profesora estaba enseñando algún tema de matemáticas que yo ya sabía, me hice en mi puesto de primera fila a indicarle paso a paso lo que debía hacer, sin caer en cuenta que ella iba justamente a explicar todos los pasos al grupo e ignorando sus miradas de regaño en potencia. Su paciencia finalmente se rebosó con mis intervenciones y muy indignada me dijo a los gritos: "Pues si sabe tanto, venga, pase al frente y explique usted".
A muchos, esa frase intimidante los hubiera dejados clavados a la silla y callados por el resto del año, pero a mí me brillaron los ojos y lo tomé como la invitación más cordial que podía hacerme, así que pasé al frente, tomé la tiza y el borrador, y comencé a explicarle a mis compañeros cómo es que se realizaban las operaciones, y me di a la tarea de revisar el cuaderno de todos para ver si lo estaban haciendo bien y volver al tablero a proponer ejercicios cada vez más difíciles, supongo que con los ojos bien aniertos y la sonrisota bien puesta. Así continué hasta que sonó el timbre del recreo. La profesora no me dejó salir a jugar sino que me llevó a la dirección, mandaron a llamar a mi acudiente y al final del día había sido promovido a tercero. No llevábamos ni dos semanas de febrero.
Durante el resto de la primaria y del bachillerato, procuré informarme bien de lo que mi hermano (siempre en un curso mayor, aquí en esta foto ) estaba aprendiendo para repetir el proceso, me fijaba mucho en sus tareas y estudiaba sus libros y cuadernos para aprender los temas con un año de anticipación. Necesitaba el reto para superarme, y también para superar a mi hermano. Gran parte del camino me lo trazó él, fue el faro que seguí, el nivel al que debía llegar, el estándar a vencer. Y fue un estándar muy alto: Fue el mejor ICFES de su promoción, el mejor bachiller, pasó a la Nacional... yo no podía quedarme atrás.
Hoy en día, tengo claro que este episodio de los años 82 y 83 me enseñó algo que aplico todavía hoy, y que me ha permitido en gran medida ser quien soy. No se trata solo de haber conocido el auto estudio y los buenos resultados que da (aunque es una parte) ni haber aprendido a planear una tarea y disciplinarme por terminarla (aunque es otra parte) ni de mostrarme el real disfrute del proceso de enseñar a otros (que es una muy importante parte). Es el conjunto de todo lo anterior: Hace 12 años que mi trabajo es enseñar (y lo disfruto tanto que no es trabajo), pero hace 30 que leo y estudio por mi cuenta todo tipo de temas, desde los triviales a los trascendentales, es algo que disfruto y que me define plenamente. Está en mi firma, en mis huellas, casi que en mis genes, y quiero seguir haciéndolo así. Punto.
Claro, quiero seguir haciéndolo porque hasta ahora ha dado excelentes resultados. Entonces reflexiono nuevamente y tomo conciencia de que todo esto, todo lo que he podido lograr académica, deportiva y profesionalmente, incluso los logros financieros, se lo debo a la presencia de mi hermano en mi vida. No lo hubiera podido lograr sin él, sin la disciplina y el método que gracias a él aprendí, sin las permanentes ganas de querer superarlo y sin el listón tan alto que siempre me puso para superar.
Claro, quiero seguir haciéndolo porque hasta ahora ha dado excelentes resultados. Entonces reflexiono nuevamente y tomo conciencia de que todo esto, todo lo que he podido lograr académica, deportiva y profesionalmente, incluso los logros financieros, se lo debo a la presencia de mi hermano en mi vida. No lo hubiera podido lograr sin él, sin la disciplina y el método que gracias a él aprendí, sin las permanentes ganas de querer superarlo y sin el listón tan alto que siempre me puso para superar.
Muchas gracias por la vida que tengo, hermanito.