El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto--para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
- ¡¡61 KILÓMETROS CUADRADOS!!
Estoy seguro, segurísimo, de que solo una vez en toda mi vida me he sentido puro, explícito e invencible en el instante de responder algo, y estoy a punto de cumplir 10 años de aquel momento.
Era viernes, y durante dos semanas se había generado cierta campaña de expectativa sobre un concurso llamado "¿No que sabe mucho?" organizado por estudiantes de derecho para, en franca lid, determinar quiénes serían las personas que habían memorizado durante su vida el mayor número de datos puntuales, inconexos, triviales e inservibles sobre la mayor cantidad posible de temas. Lo que para resumir solemos llamar "Cultura General".
Como no podía ser de otra manera, yo sucumbí a la campaña de expectativa. El concurso era en parejas y ya había concertado formar equipo con mi amigo Fabían Mendoza (uno de mis solventes no acuosos, aquí en un par de fotos de la época). La combinación me parecía poderosa e invencible, pero jugábamos de visitantes. Nos regodeamos compitiendo entre nosotros con preguntas rebuscadas, a modo de preparación y entrenamiento, teniendo en mente que competíamos contra estudiantes de carreras que leen mucho y suelen tener muy buena memoria. No nos amilanamos ante la incertidumbre y llegamos al recinto a participar en la contienda de nuestras vidas.
La dinámica era sencilla: dos equipos se sentaban frente a frente, cada uno con un dispositivo que activaba una luz, el moderador hacía una pregunta y nos lanzábamos veloces a encender el interruptor, y entonces se tenía autorización para responder la pregunta formulada. Había que ser realmente veloz para encenter el interruptor (muchas preguntas se ganaron por la velocidad de esa activación). Ganaba el equipo que llegara a 20 aciertos, o que respondiera más preguntas de 40, en caso de que no llegara a 20. Para hacerlo más ameno y vincular al público, decidieron que si ninguno de los dos equipos contestaba la pregunta, alguien del público podría hacerlo y ganaría un chocolate en caso de acertar. Eso habría de jugar a nuestro favor.
Por sorteo, jugaríamos el último encuentro de la primera ronda, así que pudimos ser parte del público en varios encuentros. Reiteradamente, logramos responder algunas preguntas que los concursantes ignoraban, y comenzamos a acumular chocolates frente a nuestros puestos, exhibiéndolos como trofeos de caza, como botín de guerra para intimidar a nuestros Rivales y disuadirlos. Cuando completamos 10 chocolates nos vetaron (primero de chocolates, luego de cualquier posibilidad de responder las preguntas a menos que fuéramos los únicos que quedaran por pedir la palabra), así que las respuestas se las pasábamos a nuestras acompañantes para que ellas ganaran sus respectivos chocolates. Después de unos cuantos encuentros, ya nos encontrábamos chapaleando en el fango de la autocomplacencia, rodeados de chocolates, jactanciosos en nuestras respuestas, levantando murmullos de admiración y de prevención entre el auditorio, arrogándonos de la nada el rol de favoritos, generando empatía entre los demás grupos participantes que antes se tenían furiosa rivalidad. Iban a ser ellos contra nosotros. Todos contra nosotros. Finalmente nos llamaron al ruedo.
Si había un momento para sentenciar nuestra suerte con una entrada triunfal, que terminara de desmoronar el ánimo de nuestros rivales, era ese. Yo pensaba pasar con una fanfarrona e indulgente sonrisa, pero Fabián llegó más lejos, literalmente. Estábamos en primera fila de un auditorio, y en lugar de caminar por el estrecho espacio entre dos filas para llegar al pasillo central y bajar unos escalones, Fabián se valió de su buen estado físico para dar un espectacular salto por encima de las mesas y las sillas, cayendo a varios metros, muy cerca de la tarima en donde estaba nuestro lugar. Y como decían las doncellas de antaño: sucedió lo que tenía que suceder.
Allí estábamos, frente a docenas de rivales contestando una tras otra un rosario de preguntas rebuscadas de todos los temas posibles. Historia, ciencia, literatura, música, política, geografía, mitología... Era una fortuna que Fabián conociera tantos temas de los que yo no sabía absolutamente nada, y viceversa. La suerte también jugó a nuestro favor, cuando nos lanzamos a especular respuestas de las que no teníamos la menor idea (¿a quién dedicó Karl Marx "El Capital"? ¿Qué profesión tenía el vocalista de Pearl Jam antes de ser música?), o cuando formulaban preguntas de ciencias, pues todos ellos eran de Derecho. Acertábamos y uno tras otro fuimos derrotando a nuestros rivales: Primero en octavos de Final, luego cuartos, semifinal, y así pasamos a la final.
Para esta final cambiaron un poco la regla: Ya no sería llegar a 20 respuestas ni formular 40, sino que formularían todas las preguntas que quedaran en el banco de preguntas que habían armado, y formularían hasta la última aunque de antemano se conociera el ganador, todo armado como la gran fiesta de la erudición a la que llegamos como el par de patanes que siempre llega a comerse el pastel con las manos. Y comenzamos la final, liderando la contienda desde la primera pregunta. A los pocos minutos, y bastante complacidos, ganamos el torneo porque matemáticamente no era posible que nos alcanzaran, pero continuamos hasta que formularan la última pregunta. La celebración bien podría esperar un par de minutos.
Entonces sucedió: Se detuvo el tiempo y se silenció el mundo, porque la última pregunta resultó ser "¿Cuál es la extensión territorial de la república de San Marino?" Debo anotar que esa fue la única pregunta de ese tipo en todo el concurso, el dato que pedía era demasiado preciso o puntual como para que alguien lo supiera. Sería como preguntar la longitud exacta de un río. Más fácil era preguntar la fecha de un evento histórico (hubo varias preguntas de esas), un lugar exacto, un nombre exacto, pero la extensión territorial de un país estaba lejos de cualquier presunción de tenerla en la mente.
Sin embargo, yo la tenía en mente. Años de haber leído el almanaque mundial y de haber organizado la información de puro desparche me habían hecho grabar este dato, al lado de otros semejantes. Pero no se trataba solo de saber la extensión de este país lo que me resalta ese momento en mi memoria: se trataba de una pregunta que justificaba largas horas y largos años de haber leído y releído, aprendido, olvidad y vuelto a aprender toda suerte de datos, años de haber preferido hojear libros que andar de juerga, o comprar libros en lugar de ropa, años de haber tenido la oportunidad de presumir de lo que se sabe y tratar de demostrar que fue una buena decisión pasarse la adolescencia leyendo, años de haberle apostado a esa estrategia para aprobar los cursos, para ganarme el favor de los profes, para sentirme ganador (incluso admirado) al lado de mis colegas, y hasta para tratar de conquistar chicas. Siempre hubo algún ejemplo para demostrar que esas decisiones habían la pena. Pero no habíamos tenido alguno en el cual lo demostrábamos venciendo y aniquilando a nuestros rivales, y entonces formularon esa pregunta. "¿cuál es la extensión territorial de la República de San Marino?"
Era la última pregunta del concurso, el rival ya estaba vencido, ya éramos los indiscutibles ganadores, ya habíamos oído los murmullos de admiración y visto las cabezas a dos manos entre el público que no creía que hubiéramos ganado como lo hicimos (por ejemplo, cuando acerté en el nombre de un vallenato). Pero faltaba la cereza del pastel: Formularon la pregunta y me lancé a prender el interruptor tan veloz como pude (como en tantas preguntas en las que los dos equipos sabíamos la respuesta) y respondí a los gritos. Ese día se cerró un ciclo, pasé un portal, subí de nivel, dejé atrás mi pasado, cambié de piel, qué se yo, Sentí que había necesitado 27 años (los 27 años de mi vida, minuto a minuto) para llegar a ese momento, porque me sentí puro, explícito, invencible, en el instante de responder:
Era la última pregunta del concurso, el rival ya estaba vencido, ya éramos los indiscutibles ganadores, ya habíamos oído los murmullos de admiración y visto las cabezas a dos manos entre el público que no creía que hubiéramos ganado como lo hicimos (por ejemplo, cuando acerté en el nombre de un vallenato). Pero faltaba la cereza del pastel: Formularon la pregunta y me lancé a prender el interruptor tan veloz como pude (como en tantas preguntas en las que los dos equipos sabíamos la respuesta) y respondí a los gritos. Ese día se cerró un ciclo, pasé un portal, subí de nivel, dejé atrás mi pasado, cambié de piel, qué se yo, Sentí que había necesitado 27 años (los 27 años de mi vida, minuto a minuto) para llegar a ese momento, porque me sentí puro, explícito, invencible, en el instante de responder:
61 kilómetros cuadrados!!
3 comentarios:
20 de junio de 2003.
Te faltó decir que durante los días siguientes, los pasillos de la facultad de derecho se llenaban de rumores y señalamientos a tu paso. Toda una leyenda.. por unos cuantos días.
Pués diez años después, frente a su epígrafe, he de recordar la tarde remota en que se exponía un prodigio que ahora se puede encontrar acompañando un vaso de agua; ahora cualquier pelagatos glosa, escolia y cita:
«Una noche le preguntó al coronel Gerineldo Márquez:
-Dime una cosa, compadre: ¿por qué estás peleando?
-Por qué ha de ser, compadre contestó el coronel Genireldo Márquez-: por el gran partido liberal.
-Dichoso tú que lo sabes contestó él-. Yo, por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.
-Eso es malo -dijo el coronel Gerineldo Márquez.
Al coronel Aureliano Buendia le divirtió su alarma. «Naturalmente -dijo-. Pero en todo caso, es mejor eso, que no saber por qué se pelea.» Lo miró a los ojos, y agregó sonriendo:
-O que pelear como tú por algo que no significa nada para nadie.»
Sin recurrir a la memoria ni al libro, solo con el móvil ¿O acaso debiera decir Handy?. En cualquier caso, no me queda claro cuál de los Coroneles es usted y cuál soy yo, es un caso claro de sistema de equilibrio acido base en solvente no acuoso.
Me viene a la memoria la expresión de espanto del contrincante que respondió con la definición equivocada de acido-base otorgándole a usted la oportunidad de brillar un poco más aclarándo tanto la pregunta como la respuesta errada. Recién ahora me vengo a enterar de que es un tema de especial importancia etnoautobiográfica.
Y a propósito de pescaditos de oro ¿En que idioma estás leyendo a Marx, compadre?
Estimado Coronel, recuerda que hicimos treinta y dos guerras civiles y las perdimos todas. La misma suerte tuvo la iniciativa de aprender Islandés, como Borges, para poder leer las sagas, y de paso a Ibsen, en su idioma original.
Espero que no corra la misma suerte una iniciativa de reencuentro
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