Por casualidades de la
vida, estos son los quintos Juegos olímpicos que me sorprenden sin trabajar ni
estudiar, de manera que puedo seguir las competencias casi en su totalidad. Sin
embargo, este año ya me siento totalmente desencantado del evento y lo que ha representado.
¿Cuál es el motivo de
este desencanto? ¿Por qué decayó mi
entusiasmo si yo era de los que comenzaba a seguir los juegos olímpicos desde años antes, por lo menos, y en varios deportes? ¿Por qué ya no me emocionan
las almibaradas y emotivas historias que involucran a los atletas sobreponiéndose
a la adversidad de su deporte, su contexto y su realidad? ¿A qué horas se perdió la magia y la ilusión? Eso es lo que trato de responder aquí.
Parte del desencanto,
supongo, comenzó con haber querido conocer más sobre deporte, pues escarbar más
me iba a llevar a encontrar las cosas que están debajo del decorado del pastel. Buena parte de esa información es la que ha
desmitificado el deporte como ese universo idílico en el que los sueños se
hacen realidad a través de tu esfuerzo y disciplina y aterriza la cuestión hasta
volverlo una actividad tan mundana como cualquier otra. La otra parte me sirvió para (desde mi
pequeño blog de La Ruta del Escarabajo) aportar mi humilde gotica de aceite que
lubrique la enorme maquinaria del deporte como entretenimiento.
Comencé como uno de
tantos fanáticos enardecidos en una sección de comentarios comentando la hazaña
del día, pero con mi blog poco a poco se fue desapasionando lo que tenía para
escribir, quise que fuera más mesurado y objetivo en su contenido, de manera
que los artículos fueran mucho más que el griterío de un hincha reventando de
júbilo o de indignación. Quise que los
lectores dijeran: “Quiero leer este blog porque aprendo y encuentro cosas que
otros portales no me van a explicar”. Decidí
entonces dejar de ser “un fan tras el teclado”, callar las vuvuzelas, guardar
el papel picado y desinstalar unos cuantos adornos que de manera predeterminada
imponía a los deportistas para verlos desde mi óptica.
¿Qué salió de todo
esto? Encontré muchas historias de las que nadie quiere leer y otras de las que
nadie quiere publicar. Cuando uno es un aficionado esporádico y coyuntural a
cualquier deporte con algunos picos de intensidad durante el año, esas
historias no pasan de ser anécdotas aisladas que no afectan para nada la
divinización que hemos construido, pero con un poco de datos extra y algunos filtros
para la información existente, queda evidente que esto es un gigante con pies
de barro y ahí ya se perratió el negocio.
No me refiero
solamente al dopaje ni a los deportistas tramposos, que siempre los ha habido y
ya tenían su condena de nuestra parte.
El monstruo es mucho más grande, y los turbios tejemanejes de deportistas,
directivos, equipos, organizadores, federaciones, patrocinadores, prensa e
incluso gobiernos, todos movidos a tejer (con el propio espectáculo, con las
historias emotivas, el sacrificio de los atletas y la hiperbolización a cargo de la prensa) un gigantesco traje del
emperador que nadie quiere denunciar porque todos comen de ese plato (aunque
unos comen muchísimo más que otros y batantes se van a dormir con el estómago
vacío).
Los medios, ese
enemigo
El desencanto por el
deporte, fíjense ustedes, llega a través de quienes también trajeron el
encanto: Los medios de comunicación, que son capaces de destruir un producto,
trivializarlo, deformarlo y banalizarlo con tal de tener la exclusividad de
venderlo (El proceso inverso lo han hecho con el fútbol). Entonces se comportan como el tendero que
vende un producto defectuoso, dañino, incompleto, de mala calidad… pero es el único producto que tiene para
vender, y no quiere cerrar su tienda ni permite que otras abran, y en el
proceso convence a todo el público de que su producto es el mejor posible, de
que lo necesitan aunque sea banal y de que necesitan esa banalidad per se. Así estamos.
Miren por ejemplo el tema de la transmisión de los juegos:
Para Atlanta y Sidney,
cuando la delegación era la tercera parte de la actual, Señal Colombia
transmitía los juegos 24 horas al día.
Era la señal OTI internacional, con narradores conocedores de las
disciplinas deportivas, entrando en acción los periodistas locales con los eventos en
los que participaban colombianos. Para
Beijing, era posible ver por Terra.TV hasta ocho canales diferentes (solo dos
con narración) cubriendo todo el espectro de competencias. Erra narración mexicana,
pero estaban todas las pruebas a nuestra disposición. Para 2012, Caracol
descubrió el bloqueo por geolocalización de la señal de internet y compraron los
derechos para no transmitir sino un puñado de pruebas y seguir dejando su
detestable telebasura a la misma hora que se disputan los eventos que ellos
mismos ensalzan grandilocuentemente en los pocos minutos que están al aire.
Además de haber
reducido al mínimo el tiempo de transmisión, reducen la calidad de la
transmisión al traer del fútbol esa perniciosa costumbre de llenar espacios
haciendo noticia lo baladí, lo circense, la opinión de cualquier fulano que
esté gritando y lleve una bandera, de invadir la vida de la familia de los
deportistas, de que la noticia no sea la competencia sino la celebración, de
que no quieran documentarse en el deporte que vana transmitir, de que suelten
una pifia tras otra, de que la transmisión no sea decir algo más de lo que ya
estamos viendo todos, de hacer preguntas insidiosas en las que le indican
al entrevistado lo que quieren escuchar como respuesta (ni hablemos de las preguntas intrínsecamente idiotas), y en todo ese proceso,
estimular el griterío para llenar el corto espacio de tiempo. Los medios se hicieron expertos en hacer un
circo de cada noticia deportiva, llevando al extremo la cultura del envase y
haciendo que el funeral importe más que
el muerto y la boda importe más que el matrimonio, como diría el gran
Eduardo Galeano.
Mención adicional
merece la pornomiseria que quieren explotar con cada campeón, rastreando su infancia
para encontrar algún día que haya pasado hambre para hacerlo más visible que la
propia historia deportiva. Pero de eso
no quiero hablar.
Tampoco quiero hablar
de la atmósfera tensa y turbia que económica, social y políticamente envolvió
el tema de los juegos y el mundial de fútbol en Brasil, aunque es un tema que
echa aún más leña al fuego. No es la
primera vez que unos juegos tienen este tipo de tensiones, y no me refiero a la
guerra fría, sino a otras tan recientes como las denuncias de violación de
derechos en Beijing o la enorme deuda que quebró a Grecia por haber hecho los
juegos. Sobre eso hay mucha más
información por ahí.
Un vidrio dentro del pastel
El ideal olímpico es
la cereza del pastel de los deportes, pero es un pastel que, al igual que las
salchichas, mejor quisiéramos no saber cómo están hechos. Hay deportistas tramposos (siempre los ha
habido) y ya ha corrido mucha tinta sobre ellos. Por fortuna son la excepción y cuenta con el
rechazo del público. ¿Pero cuando la
corrupta y tramposa es toda una federación, o cuando la trampa se vuelve
política de Estado? ¿No se aprendió nada
con la experiencia de la guerra fría, Alemania del Este y otros países del
bloque oriental?
Unos me dijeron: "Esto
siempre ha sido así, relájate y disfruta", pero no. Y sí, no será la primera vez que unos atletas
estuvieron vetados en los juegos pero sutiles
interpretaciones de las normas permitieron que algunos pudieran participar,
ni tampoco que unos jueces fueran expulsados por recibir sobornos de una
delegación completa, o que una federación nacional (no sabemos si también el ente
rector mundial) se salte el reglamento para no descalificar a corredores que
habían cometido una falta descalificadora.
Pasa hace mucho y seguirá pasando, pero eso no quiere decir que cuando
me vendan el pastel, me lo coma con gusto.
Precisamente por eso me bajo del bus de la idealización.
La lista de estas
noticias desmitificadoras es muy larga, no la podré publicar aquí. Por otra parte, las historias emotivas
e inspiradoras siguen llegando y no pararán de llegar, gracias a los atletas
por ello, pero el tinglado está armado para que no nos demos cuenta de que los
enemigos del deporte están dentro del mismo deporte y que si nos damos cuenta, no nos importe.
Y en eso quedó todo: Me
tiraron el pastel al suelo. Era un
pastel delicioso, ahora no sé si me voy a sentar en el suelo a comer los pedazos.
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