Nací y crecí en una familia católica muy practicante. Por "familia" me refiero a mi familia extensa, los descendientes totales de mis cuatro abuelos y de algunos de sus hermanos (Que sumados todos en alguna reunión de fin de año superamos la centena). Por "practicante" me refiero no solamente a cumplir con el rito semanal de la misa, sino al seguimiento de demás recomendaciones doctrinales y de las impuestas por la iglesia, de manera que se vive como católico las 24 horas del día. Finalmente, por "muy" quiero referirme a la renuncia del propio criterio, a llegar a ese extremo de acatar opiniones y recomendaciones de la iglesia en general y de cualquier sacerdote en particular, solamente porque vienen de ellos (pudiendo ser de temas en los que no tendrían por qué tener alguna jurisdicción). Es esa renuncia a tener una postura crítica frente a diferentes temas porque ahí está la iglesia para determinar cuál postura debe seguirse, cómo pensar, qué opinar, qué aceptar, qué rechazar, qué perdonar, qué condenar y en qué medida. Suena exagerado, pero no voy a hablar de nada que no haya vivido en mi propia carne.
Debo añadir que crecí en un contexto católico muy practicante: Un colegio con capellán, clase de religión, misa, oración diaria en el patio y antes de comenzar cada clase, primeras comuniones y confirmaciones institucionalizadas, compañeros con los que me encontraban los domingos en la iglesia y cuyas familias se asemejaban a la mía en este fervor y otros elementos por el estilo. Sumémosle a eso la política y los medios de comunicación de los 80.
Además, uno de mis tíos es sacerdote católico y otro fue aspirante hasta muy avanzada esa formación. Esto, y que en mi familia siempre se haya sentido cercana a la iglesia, haciendo voluntariados de diverso tipo, me permitieron conocer de primera mano muchos tejemanejes de la institución y de la doctrina, ejemplos de ovejas descarriadas, de luchas intestinas, de la multiplicidad y disparidad de criterios dentro de la propia institución, pulsos de poder y demás tramoyas que normalmente no se le dan a conocer a los feligreses o que ellos ignoran porque la iglesia lo niega y lo esconde (o lo recomienda ignorar), o a las que les restan toda importancia porque al fin de cuentas se trata de hombres, santos iluminados, con "el don" que no se equivocan aunque estén equivocados y esa clase de etcéteras. Todo esto ayudó a que muy temprano el barco de mi religiosidad hiciera agua.
Debo añadir que crecí en un contexto católico muy practicante: Un colegio con capellán, clase de religión, misa, oración diaria en el patio y antes de comenzar cada clase, primeras comuniones y confirmaciones institucionalizadas, compañeros con los que me encontraban los domingos en la iglesia y cuyas familias se asemejaban a la mía en este fervor y otros elementos por el estilo. Sumémosle a eso la política y los medios de comunicación de los 80.
Además, uno de mis tíos es sacerdote católico y otro fue aspirante hasta muy avanzada esa formación. Esto, y que en mi familia siempre se haya sentido cercana a la iglesia, haciendo voluntariados de diverso tipo, me permitieron conocer de primera mano muchos tejemanejes de la institución y de la doctrina, ejemplos de ovejas descarriadas, de luchas intestinas, de la multiplicidad y disparidad de criterios dentro de la propia institución, pulsos de poder y demás tramoyas que normalmente no se le dan a conocer a los feligreses o que ellos ignoran porque la iglesia lo niega y lo esconde (o lo recomienda ignorar), o a las que les restan toda importancia porque al fin de cuentas se trata de hombres, santos iluminados, con "el don" que no se equivocan aunque estén equivocados y esa clase de etcéteras. Todo esto ayudó a que muy temprano el barco de mi religiosidad hiciera agua.
Hoy, si me preguntan, respondo que soy ateo 100%, pues creo no solamente que dios no existe, sino que la existencia de al menos una deidad me parece una idea anacrónica, inconveniente, innecesaria y muy peligrosa por las muchas maneras en que se puede utilizar en y por aquellas personas que deciden sí creer, independientemente de lo incoherente que es la idea en sí misma. El uso del verbo creer entraría en contradicción con esa certeza del 100% (que pasaría a ser un saber, pese a ser algo de lo que no es posible tener certeza), pero para efectos pragmáticos es la misma vaina (no faltarán los detractores que querrán pegarse de ahí para tener una de sus habituales discusiones bizantinas). El punto es que no creo ni creeré hasta que haya evidencia incontrovertible, y como ésta nunca llegará (o ya habría llegado), pues la postura será permanente.
Este proceso de transitar entre esos dos extremos creyente / ateo (aunque nunca estuve en el extremo fanático religioso y tampoco he sido ateo militante ni beligerante ) fue gradual, irracional, tomó años y no me percaté de sus diferente etapas sino hasta que alguna pregunta me hacía reflexionar al respecto. En esta serie de entradas trataré de explicar cómo ha sido ese camino, que puedo resumir más o menos en la siguiente serie:
4. No católico
5. Explorador
Muchas etapas se solapan entre sí, algunos inicios y finales no son únicos ni se ubican en puntos exactos de la historia. Hay algunos eventos precisos que me ayudan a definir qué etapa estaba viviendo en determinado momento, y me apoyaré en ellos para seguir esta secuencia y explicar los contextos en los que estaba envuelto.
Aclaro, este no es un tratado sobre el ateísmo, ni una misión de conversión masiva, ni un texto crítico ni filosófico. Es un ejercicio puramente autobiográfico sin otra pretensión que recoger mis pasos, ahora que me dio por ello.
Comenzaré entonces
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