domingo, 27 de marzo de 2011

¿Solo tengo una vida?

Desde hace un buen tiempo, gran parte de mis fines de semana se habían reducido a dos cosas:

1. Trabajar, a pesar de haberlo hecho toda la semana
2. Dormir, para descansar de tanto trabajo.

Estas dos situaciones, si bien son afortunadas, vienen siendo bastante desconsoladoras también, especialmente si la lista de lo que uno tiene en espera por hacer se sale de la página y se va aplazando porque no queda más remedio que trabajar y descansar del trabajo.

Este fin de semana pude, como hace mucho no podía, hacer (aunque fuera en poca cantidad) muchas de las actividades de esa lista de espera, entre las que resalto que pude hacer la subidita a patios tan habitual del 2001 al 2003, la práctica de inglés con el grupo de intercambio de idiomas de CouchSurfing, la visita a mi hermano y sobrinos, la ida a la liga de tenis de mesa, el encuentro con amigos, la exploración de los estantes de la biblioteca, ver una película y, como no, trabajar un poco. Me sentí como Milhouse, que cuando se quedó encerrado en una dulcería dijo "Me siento como un niño encerrado en una dulcería".

Sentirse así es una delicia, aunque es una una delicia que a la larga frustra porque no tienes el tiempo ni el estómago para atiborrarte de todo lo que te quieres comer. Eso te deja ad portas de sentirte como Calvin aburrido en la escuela, con ganas de escapar porque solo tiene una vida que no le alcanzará para todo lo que quiere hacer. Esta tira me enseña que no sería anormal desesperarse con el encierro y con la frustración de no estar en otro lado haciendo cualquier otra cosa.


Sin embargo, la señorita Wormwood también me enseña que lo mejor es tomar un poco de agua y respirar profundamente. Si sigo su consejo, evitaré sorprender a mis colegas gritando "¡¡QUÉ DIABLOS HAGO AQUÍ EN UN DIA TAN ESTUPENDO!! ¡¡SOLO TENGO UNA VIDA!! ¡¡AAAAAAAAAHH!!

sábado, 5 de marzo de 2011

Pobre Viejo - José Larralde

... y tarda en llegar al rancho, pues naide lo espera dentro.

Creo que, de todo lo que le pasa al pobre viejo de la canción, esto es lo más desconsolador. No tanto que viva solo, sino que no quiera llegar a su casa porque nadie lo espera. Me hace recordar la casa en la que vivía en el año 2001 junto a otros 18 estudiantes. Quería hacer todo lo posible por no llegar a ella, porque a pesar de estar repleta de compañeros, nadie me esperaba adentro.

Tiempo después, en La Guajira, lo que quería era permanecer encerrado en la casa en la que vivía, hubiera o no hubiera quien me esperara dentro. Daba igual, pues la idea era aprovechar el tiempo libre escapando del calor y conectándome a internet.

Cuando se es un forastero, esto de no querer llegar a una casa porque nadie espera dentro suele ser habitual, y por lo tanto, ya sabe uno cómo inmunizarse frente a esa maluquera. Pero el caso del pobre viejo es diferente, porque además vienen los achaques de la vejez, la falta de fuerzas y de ganas para continuar, los lejanos tiempos, el humo de los recuerdos y las sombras que le espantan el sueño. Tal vez no fuera tan grave si pudiera a irse a otro rancho, uno que no tuviera esas sombras y ese humo. Es una fortuna tener esa opción

Para los forasteros que hemos sentido ganas de tardar en llegar al rancho, Don José nos canta esta canción

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Pobre Viejo - José Larralde


La quemazón de los años, se hizo ceniza en su pelo
y ya no le quedan juerza pa´ aguantar solo el repecho
se le acoyaron la ausencia y ahora que ya va pa´ viejo
se le hace un ñudo la pena que enseña un pañuelo negro.

Se sienta al lao del fogón cimarroneando en silencio
y se le endulza el amargo pensando en lejanos tiempo
el pucho de su tabaco le anda temblando en los dedos
mientras le ñubla la vista el humo de los recuerdos.

Ensilla como al descuido, gana el campo al tranco lerdo
y tarda en volver al rancho pues naide lo espera adentro
de vez en cuando un silbido sin querer le sale al viento
dolor que brota en estino entre sus labios resecos.

En la noche mas oscuro sus ojos están abiertos
como buscando esa sombra que le anda espantando el sueño
ansina pasa las horas entre lucero y lucero
con esa cruz que el destino le ha clavado sin estar muerto.

La quemazón de los años, se hizo ceniza en su pelo
y ya no le quedan juerza pa´ aguantar solo el repecho
se le acoyaron la ausencia y ahora que ya va pa´ viejo
se le hace un ñudo la pena que enseña un pañuelo negro.