miércoles, 30 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 6 / 9


Etapa 6:  Apateísmo

Escribo esta entrada un 29 de diciembre, aniversario del fallecimiento de mi hermana.  Este hecho es central en la que sería la siguiente etapa de mi proceso (Ser No-religioso ni creyente en algo sobrenatural), pero dado que esta etapa coexiste con otra que tiene un alcance temporal mucho mayor, y que ha marcado el rumbo que he ido tomando, decidí abordarla primero.  Además, es el momento de dar una nueva ampliación al contexto para comprender esos años y por qué resulté con esta actitud de apatía frente al tema.

Pero antes, una breve explicación sobre este término APATEÍSMO. Resulta ser un neologismo que aglutina apatía y ateísmo tanto en su nombre como en su definición, aunque sin muchas pretensiones a la hora de definir una filosofía o una reflexión profunda, y sin ningún autor que se haya dedicado a hacerlo.  De hecho, Wikipedia en español se ha negado a tener el artículo (Lo han borrado tres veces) porque no tiene rigor académico requerido.  Para una fuente que consulté, el apateísmo no es más que una moda de gente perezosa intelectualmente que no quiere hacer el esfuerzo de definir su postura, o deshonestos que no quieren mostrar su verdadera identidad atea.

Para resumir, el apateísmo es una postura que consiste en considerar que la posible existencia de deidades y la búsqueda de conocimiento al respecto no es importante, y que en consecuencia el debate al respecto no es relevante.  El apateísmo afirmaría No sé si existen dioses, y no creo que sea importante saberlo.  Además, rehúye explícitamente el preocuparse de la propia religión y manifiesta una aversión aún mayor a preocuparse de la de otros y de los asuntos religiosos en general.

¿Cómo fue que llegué aquí?

Al final de la cuarta etapa, los hechos que me llevaron a estar convencido de ser no-católico (y posteriormente a ser no-religioso) me tenían harto y fastidiado, me habían desgastado de una manera que no solamente no deseaba, sino que estaba seguro que ni siquiera había valido la pena. Pensaba que tampoco valía la pena ponerme a debatir sobre el tema con nadie, defender mi postura, defenderme de la discriminación, la extorsión emocional o los vainazos que comenzaron a llegar ni molestarme por contradecir los argumentos traídos de los cabellos que querían esgrimir para regresarme al redil, y no valían la pena porque era puro desgaste: Yo no iba a retroceder en ese camino y mis argumentos no los iban a desmotivar de seguir en su postura. Entonces decidí callarme sobre el tema, no entrar en polémicas y alejarme un poco de mi familia.  Cambiar de residencia 1000 kilómetros más lejos ayudó bastante.  Nombro (nuevamente) mi familia porque allí se dieron los sucesos que me hicieron llegar a la conclusión de que la religión, la existencia de dioses y la posible relación con ellos no era relevante para mí

Si bien mi actitud apática sobre el tema habrá comenzado mucho antes (durante la universidad siempre encontré temas más relevantes de los cuales estar preocupado), y recuerdo muchas veces haber rehuído a debates sobre el tema cansancio sobre el tema (y por considerarlo irrelevante) el evento crucial fue el ofrecimiento de ser padrino de bautizo porque entonces mi familia supo que yo era ateo.  En retrospectiva, creo que no era estrictamente cierto que yo fuera ateo (más bien era algo así como un agnóstico débil), pero ese fue el término que utilicé por simplicidad.

La noticia causó mucha preocupación en mi familia, causó consternación y desilusión, causó angustia por mi suerte ahora que seguramente estaba condenándome.  Yo trataba de convencerlos de que mi decisión no tenía por qué afectar nuestra relación, que yo seguía siendo el mismo de siempre, igual de solidario o cariñoso, que seguía queriendo a mi familia, no ve había vuelto un desalmado criminal ni un adorador del diablo. Solo había tomado una decisión personal que no tenía por qué afectarlos, En resumidas cuentas, y sin saber que existía el término, estaba ya en terrenos del apateísmo.

Porque ese es otro punto: decidí hacer de la decisión de dejar de ser una persona religiosa algo meramente personal, sin ninguna pretensión de tratar de convencer a nadie de que mi postura era la correcta ni reconvertirlos.  Tampoco me lancé a desacreditar o ridiculizar todas las creencias y opiniones que yo ya consideraba falsas, obsoletas o ridículas, ni a sabotear los eventos y rituales que celebraran, ni a insultarles por no abrir los ojos de la razón ante esas farsas.  Lo que hacía era simplemente marcar ese tema como completamente irrelevante y dedicarme a disfrutar del reencuentro, pues pocas veces en el año nos veíamos como para enlodar el momento con esas (pensaba yo) trivialidades.

Al final el momento se enlodó, infelizmente y no por que yo quisiera.


El rollo de la virgen

A finales de los 90, mi familia resultó muy crédula en una virgen María que se comunicaba directamente con ellos para dejarles mensajes personalizados a través de alguien que fungía como medium.  El cuento (como ellos mismos me lo contaron) no se sostenía por ningún lado, pues los mensajes en el mejor de los casos no eran más que una serie de comodines aplicables a cualquier persona (recordemos el Efecto Forer), en otras ocasiones eran un compendio de palabras de aquellas que  precisamente las personas querían escuchar, y en el peor de los casos eran instrucciones anacrónicas y absurdas sobre temas que no tendrían por qué estar en la esfera religiosa, (Normas de comportamiento, por ejemplo, prohibir a los niños ver Bob Esponja porque tenía mensajes satánicos). También hablaba de cómo asumir y vivir la religión en el día a día.  Obviamente, las instrucciones permitían que el rollo mismo se reforzara aún más y consumía todo el tiempo libre de las personas.

Ignoro si aún siguen así, pues con el tiempo se terminó el acoso y el chantaje emocional de los primeros años bajo esa influencia y ese no es un tema de los que yo suela hablar, pero en su momento sí me sentí excluido y discriminado por mi decisión, remarcando y sobredimensionando una diferencia que debería ser tan trivial como cualquier otra preferencia personal, todo dirigido por las recomendaciones de la medium.  Para mí, la diferencia en que cada quien vivía su espiritualidad debía estar al mismo nivel que la diferencia en la filiación política o del equipo de fútbol del que se es hincha:  Una diferencia que no podía estar por encima de la familia.

En cierta ocasión llegué a la casa materna como cada diciembre, después de estar todo el año separados.  Una de las primeras cosas que hizo mi madre fue pedirme que me reconvirtiera al catolicismo porque la virgen anunciaba tiempos difíciles en los que solo se iban a salvar ellos. También me recomendó que me reconvirtiera porque, de lo contrario, llegaría el día en que ella no podría abrirme la puerta de su casa si la virgen se lo pidiera.  Yo le dije que no me gustaría que  ella tuviera que enfrentarse a tomar esa decisión, así que me devolví por donde había venido.  Ahí comenzó un paréntesis que duró algunos años

La separación

Este suceso, naturalmente, me llenó de razones para reforzar mi postura en contra, aunque al comienzo no tenía muy claro contra qué.  No podía ser contra la religión católica, porque no se trataba de un asunto de la doctrina o de la tradición (aunque en el pasado lo hubiera sido, el consenso actual es diferente).  Tampoco podría ser contra la iglesia católica, pues no se trataba de directrices de esa institución o de sus jerarcas, así que resultó ser en contra de cualquier religión en general, de cualquier creencia sobrenatural y de la susceptibilidad a creer ese tipo de cosas que una educación religiosa y una tradición religiosa ha dejado en la mente de las personas, lo cual devuelve (ahora sí) la culpa a la iglesia, que lo ha permitido y promovido.


Para mí, creer en este tipo de cosas está al mismo nivel que creer en el horóscopo, posesión demoníaca o abducciones ovnis, pero más allá de pensar si puede ser cierto o falso (dejémosle ese beneficio), está claro que puede ser muy peligroso, inconveniente, contraproducente y por ello mismo innecesario y a todas luces evitable en la medida de lo posible.  También me convencí de que era completamente posible evitarlo (yo lo había hecho), así que quedaba por el suelo cualquier pretensión de tercerizar la culpa para justificar decisiones como esas.  Una religión no sirve para un carajo si lo primero que va a hacer es dividir a las familias y marcar como rivales a los que amas.

El meollo del asunto fue rebajar el nivel de importancia a la pregunta de si eso era cierto o falso y centrarse en mostrar que era inconveniente e innecesario.  Este es el núcleo de la postura apatea.

Claro que era posible hacer el debate de si todo aquello era cierto o falso, y por puro sentido común o observación objetiva era posible saber que se estaba frente a una farsa de las que primero te llena de miedo para después venderte la salvación, pero ese ya es terreno de mi siguiente entrada.  Con todo, llegaron después los años independientes, el inicio de la vida profesional, la ida a La Guajira...  todas ellas etapas que desarrollé de manera secular.

¿Hasta cuándo duró esta etapa?

A veces podría afirmar que sigo en ella, porque al tema religioso en cuestión no quisiera darle la importancia ni la trascendencia que a veces he tenido que darle, y me encantaría continuar mi vida sin tener que enfrentarme al menor ejercicio de tomar una postura y defenderla, pero no ha podido ser así.  Ya a los 29 años tuve que exponer mi total convencimiento de no creer en nada sobrenatural (Esa es mi siguiente etapa) y a los 30 vino una prueba de fuego para una especie de "no hay ateos en las trincheras" siendo yo el de la trinchera.  El fallecimiento de mi hermanita me mostró que en realidad ni siquiera para encontrar consuelo (uno de sus principales usos) resulta necesaria la creencia en un dios.

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Leer etapa 7. No religioso ni creyente en algo sobrenatural
Leer etapa 8. Ateo débil
Leer etapa 9. Ateo militante

domingo, 27 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateismo - Etapa 5 / 9

Leer etapa 3
Leer etapa 4

Etapa 5:  Explorador

Dos consideraciones debo hacer para comprender lo que escribiré en esta quinta etapa:



  • No es una etapa que siga una estricta secuencia cronológica  con las que llevo escritas hasta ahora.  Se trata de un proceso paralelo a todas las etapas del proceso, las mostradas y las que faltan (salvo quizá la primera y la última), aunque debo reconocer que la máxima actividad se dio justamente después de la etapa 4.  Esta actividad describe entonces una curva gaussiana
  • Decidí llamarla "Explorador" y no un nombre técnica, teológica, filosófica o sociológicamente más correcto, precisamente porque no estaba haciendo una reflexión teológica, filosófica, sociológica o de cualquier otro tipo.  Iba por la vida a mi bola y subrepticiamente seguía construyendo mi ateísmo sin casi reparar en ello.
Según leo, buena parte de lo que pensaba en esos años puede coincidir parcialmente con corrientes tan diversas como librepensamiento, escepticismo religioso, deísmo, agnosticismo (fuerte y débil), panteísmo, pandeísmo, anticlericalismo, no-cognitivismo teológico, existencialismo, humanismo secular, irreligiosidad, antirreligiosidad y la hipótesis de Gaia.  Pero no era que de manera voluntaria me lanzara a la exploración de todo esto para llenar un vacío que de repente me había quedado, por satisfacer un deseo de aprender ni por pura curiosidad, sino que me dediqué a vivir y a enfrentarme a los problemas reales de esos años (mi universidad, mi deporte, la pérdida de la beca con la que me mantenía, la angustia por terminar la carrera, una relación de pareja que resultó ser una prisión, la urgencia por trabajar, algo de hambre...), sin preguntarme casi nada sobre esas discusiones bizantinas, resultando de acuerdo o desacuerdo con cualquier postura según apareciera en mi camino.  Muy sincrético todo.

Además, mi relación con la familia tuvo un largo paréntesis a raíz de mi rechazo a la fanatización de la que hablé en la entrada anterior, fue un enfriamiento del que hablaré en mi siguiente entrada.  Sin embargo, esos años también me permitieron reconocer la relación con ella en su conjunto y con cada integrante en particular de una manera más limpia, sin la contaminación derivada de la religión, que distorsionaba bastante la realidad.  De allí rescato muy especialmente el proceso de volver a conocer a mi hermana, el de sanar la relación con mi madre y el de sanar la relación con mi hermano: Enormes ganancias derivadas de haberme alejado un buen rato.


Las primeras exploraciones.

Creo que esa idea de no tragar entero, de perder la credibilidad en algunos elementos religiosos  y de querer encontrar explicaciones más convincentes comenzó con las primeras prevenciones que encontré a la iglesia y de las que hablé en entradas anteriores.  Durante el bachillerato no recuerdo haber hecho nada especialmente serio al respecto, más bien estuve bastante juicioso adoctrinándome y siendo un fiel fiel.  Los verdaderos cambios comenzaron con dos temporadas:
  • Como ya lo expuse en la etapa 3, durante año y medio (15-17 años) fui mensajero en un almacén.  Mi jefe era cristiano practicante convencido, ex-católico, y solía reunirse allí con algunos otros practicantes religiosos de diferente corriente, y solían debatir sobre sus desacuerdos y sus puntos en común. 
  • Mis primeros años en la universidad (17-22 años).  Por primera vez estaba en un entorno secular en el que la religión no estaba institucionalizada (mi colegio, pese a no ser religioso per se, era un entorno que no se había desligado:  Se hacía oración a diario en la formación, oración antes de comenzar cada clase, había misa semanal, tenía un capellán...) y esto me permitió conocer a muchas personas ubicadas en diferentes puntos del espectro ateo, al que habían llegado desde diferentes puntos de partida, por diferentes caminos y que a partir de allí se dispersarían en búsquedas diferentes.  De hecho, conocí ateos que después se volvieron profundamente religiosos.

En la primera de estas dos sub-etapas, la exploración se orientó en comprender el verdadero sentido, significado y origen de aquello en lo que creía y aquello en lo que creía que creía.  Encontrarme con ex-católicos tan convencidos, que parecían argumentar tan bien los vicios, errores y contradicciones del catolicismo, me permitió darle forma y entender todas las inconformidades que había estado acumulando esos años y manifestarme con palabras más elaboradas ante las incoherencia que vivía. 

Lo que más resalto de este periodo es mi primer contacto con argumentos (aunque fueran del tipo que fueran) para rechazar el alguna medida algo que ya venía rechazando con base en mis percepciones, mi escasa experiencia y mis incipientes razonamientos, (en mis sensaciones, dirían los ciclistas).  Pude pasar de "rechazar porque no me gusta" a "rechazar porque hay estas razones", y me sentí muy bien.

¿Por qué no seguí por ese camino de una nueva religión? Principalmente, porque también veía en ellos incoherencias e inconformidades, unas muy parecidas a esas que yo ya estaba rechazando. Hoy en día, cambiar de religión me parece igual a rechazar una mentira para aceptar otra, o celebrar que un alcohólico haya logrado dejar para siempre el aguardiente... porque ahora toma solamente ron. En los debates que se armaban con algunos representantes de otras corrientes quedaba claro que muchas de las cosas que asumían como identitarias e inamovibles de su culto eran en realidad adaptaciones (personales o de su congregación) de la doctrina, la biblia o la tradición, totalmente falibles, re-interpretables y acomodaticias. Nada diferente a lo que había vivido con los católicos.

Recuerdo mucho un debate que se dio alrededor de la música:  Mientras unos consideraban que el culto se debía hacer de una manera sobria en la que se leyeran los textos y se analizaran en un ambiente solemne de conversación y reflexión, otros abogaban por hacerlo a los gritos, cantando himnos, brincando, en auténticos estados de histeria alabando al señor.  Otra vez debatieron sobre lo realmente cristiano que era estar a lo largo del día escuchando música de todos los géneros con letras cristianas, y hubo tanto posturas a favor como en contra de su conveniencia y utilidad. 

Darme cuenta de ello fue clave: si bien los debates comenzaban desde la experiencia y el punto de vista de las preferencias de cada quien, rápidamente pasaban a sustentarse en elementos propios de la doctrina y la biblia, de manera que unos se acusaban a otros de estar equivocados, de no cumplir o estipulado, de tergiversación del texto sagrado, de hacerse los de la vista gorda con determinado versículo que estipula lo contrario, etc.  Como resultado, vi a varias personas muy religiosas señalándose de no serlo, de serlo insuficientemente o de serlo de la manera equivocada, y sustentándose todos en el mismo documento para hacerlo.  

Este tema de la música me caló porque en esos años comencé a escuchar rock, con el consecuente señalamiento (católico, en mi caso) de estar escuchando música diabólica, la recomendación con aire de prohibición para no escucharla, el ubicuo argumento de que "el padre dice" y cierto rechazo por no ceder a esas presiones. No digo que no haya gente que se coma el cuento de ser malvado porque escucha esa música, pero extrapolar en esa dirección es confundir la parte con el todo.  Una falacia por asociación..

En resumen, todo lo que aprendí en esos debates de mi jefe me ayudó a estructurar mi rechazo a la iglesia católica, pero también me previno de haber seguido otras corrientes del cristianismo una vez me salí.

La universidad

Entrar a la universidad fue la primera  gran noticia que me cambió la vida (como ya lo había dicho aquí), y fue clave también en este camino hacia al ateísmo, pese a que no le dediqué casi nada de tiempo a este tipo de reflexiones, pues estaba maravillándome con mi propia carrera, el deporte, las artes, la construcción de mi identidad como sujeto político y haciendo los que vendrian a ser los mejores amigos de mi vida.  Mi identidad religiosa avanzaba por inercia, pero avanzaba en la dirección correcta.

En la universidad conocí ateos de toda la vida, de los que nacieron y crecieron en hogares ateos, de  algunos de ellos me llamaba la atención su indiferencia frente al tema, casi su desconocimiento, pues en su vida no habían tenido que lidiar con esa discriminación ni con los conflictos internos que experimenta quien ha nacido en familia religiosa y quiere volverse ateo.  Esto fue particularmente positivo para mí, que había crecido escuchando a sacerdotes (con eco en las familias y la escuela) que los ateos eran satánicos, terroristas crueles sin moral alguna ni cualidad para resaltarles, el epítome de la maldad, y verlos allí, asumiendo la religión como cualquier otra ficción, como un asunto personal de otros en los que no tenía sentido meterse me liberó de los últimos resquicios de culpa que mi familia quería echarme encima.

También conocí a quienes criticaban con ardor a la iglesia católica desde la defensa de las ideas políticas y económicas de izquierda, por su tradicional papel al lado de los poderosos, promotores de la violencia e intolerancia conservadora, la manipulación de la población para no rebelarse, la discriminación hacia las minorías y en general por ser el opio del pueblo.  A partir de allí, estaban los que proponían una política netamente secular, los abiertamente anticlericales, los que proponían una izquierda cristiana (con diferentes matices de qué tan a la izquierda y qué tan cristiana) que conciliara el socialismo con la religión y también conocí a quienes defendían propuestas como la teología de la liberación. 

Y claro, también estaban los religiosos de toda la vida, y también las personas que se ubicaban a sí mismas en diferentes partes del espectro ateo, de manera que diferentes ideas o posturas que yo mismo tenía, había tenido o estaba por tener, encontraron allí bastantes interlocutores que me ayudaron a definir el camino y a explicar todas estas decisiones que tomaba, y que hasta ese momento no había logrado verbalizar muy bien.

Sin embargo, aclaro nuevamente: No fue que estuviera todo este tiempo buscando estas respuestas (especialmente cuando ni siquiera tenía clara las preguntas), pues dediqué la mayor parte de mi tiempo de universitario aprendiendo otras cosas.  Pero fueron muchos años (más de los que originalmente había planeado) y estos pequeños y esporádicos aprendizajes poco a poco fueron sumando para poder pasar a una siguiente etapa


¿Cuánto duro esta etapa?

La siguiente etapa (No religioso ni creyente en nada sobrenatural) la puedo ubicar con certeza al menos desde diciembre de 2005 (29 años), pero es obvio que debió haber comenzado mucho antes, coexistiendo también con la subsiguiente etapa (apateísmo) sin haber terminado aún esta de exploración (Y eso que el tema ya me estaba importando más bien poco).  

Leer etapa 6. Apateo
Leer etapa 8. Ateo débil
Leer etapa 9. Ateo militante

viernes, 25 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 4 / 9


Etapa 4: No-católico 

Escribo esta entrada un 24 de diciembre.  Tremenda coincidencia, pues esta etapa está íntimamente relacionada con la manera en que mi familia ha celebrado navidad y otras fechas importantes.  En este momento, mi teléfono está lleno de mensajes de la familia, mensajes de felicitación, celebración, gratitud, esperanza y optimismo, y todos están mediados por un fuerte componente religioso. De hecho, resultan ser mensajes religiosos en los que de manera tangencial se toca el motivo de la celebración, que pasa a un segundo plano, y así se hace a lo largo del año en cada fecha que merezca ser celebrada.  Un ejemplo ilustrativo:  La tendencia no es desear un feliz año nuevo, sino que dios te permita tener un feliz año nuevo, no se desea un feliz cumpleaños sino que se desea que dios te dé muchos años más de vida y felicidad, y así.  De igual manera sucede con graduaciones, ascensos, logros deportivos o académicos, conseguir un nuevo trabajo, cualquier reconocimiento de cualquier tipo e incluso situaciones triviales que bien podrían tener (y a mis ojos lo tienen) un carácter no religioso.

Esta es la cuarta etapa de mi proceso y recién estoy llegando a la primera negación explícita de importancia.  El camino hasta aquí ha sido difícil precisamente porque amo profundamente a mi familia, porque los considero personas muy bondadosas, honestas, solidarias y porque ese amor es recíproco.  El vínculo es y ha sido muy fuerte, al igual que el vínculo entre mi familia y su religión, así que para un joven que comienza a tener las dudas que ya comenté en entradas previas, resulta angustiante no encontrar tan fácilmente una frontera que me permitiera definir qué rechazar y a qué quería seguir vinculado.  Todos los diciembres se mezclaba la alegría del reencuentro (yo siempre viví en una ciudad diferente a la de mi familia extensa), el deseo de marginarme de algunas actividades de congregación familiar en las que ya no creía, que ya no me interesaban o de las que estaba totalmente en contra, y algo de culpa o frustración precisamente por marginarme de estar con los que había ido a ver.

Hay otro punto crucial en esta etapa, y es que paralelo a mi descreimiento y alejamiento de la iglesia católica, mi familia comenzó un proceso muy fuerte en la dirección contraria, casi rozando la fanatización (de esto hablaré en una próxima entrada) y del que de todas maneras me hubiera alejado si hubiera sido católico, pues alejarse era solo cuestión de sensatez.  Este proceso de mi familia, y toda la reflexión que hice alrededor de él, enterraron la última posibilidad de haber permanecido ligado a la iglesia,  y esto fue determinante para que el camino que siguiera a partir de allí fuera el que al final me condujo al ateísmo, y no cualquier otro.

Digo esto porque muchas personas logran llegar a esta etapa (el estado de  no-catolicidad, que no es más que una estación temporal de la que parten muchísimos caminos diferentes), pero el camino que siguen a partir de allí depende mucho de cómo llegaron.  Todas las personas que han abrazado otra religión han tenido que pasar por aquí, pero avanzan según el tipo de cosas que deben negar y rechazar de manera explícita, la manera en que lo hacen y con qué remplazan aquello que están negando.  En la próxima entrada resumiré lo que tuve que negar para llegar a este punto.

¿Y qué tenía de malo este estrechamiento de lazos entre mi familia y su religión?  No hubiera tenido nada de malo si no hubieran expresado conductas que cualquiera supondría superadas por la modernidad y el raciocinio, o si yo me hubiera dejado contaminar de esa oleada de credulidad y obediencia en cosas que incluso desde dentro de la propia iglesia tiene voces de rechazo, pero ya me había salido y eso no solo me marginaba de estar en un entorno libre de tensión (lo llamaré así) sino que me permitió ser testigo objetivo de comportamientos, opiniones y decisiones que yo ya rechazaba en cualquier persona que las tuviera, con la diferencia que ahora las veía en la gente que amaba.  Y claro, me exasperaba por ello, y se fortalecía mi postura anti-eso cuando podía haber sido indiferente-a-eso, y hubiera sido mucho mejor para todos (de hecho, al final lo fue).

De modo que allí estaba yo, confirmando "no hago parte de esto", negando un elemento pero aún sin las agallas de negar todo el conjunto.


¿Hasta cuándo duró esta etapa?

En la llamada aquella en la que me invitaban a ser padrino de bautizo yo ya estaba completamente fuera, pues me aventuré a declararme ateo y ya tenía algo de razón. Así que para esta cuarta etapa propongo la siguiente referencia: Mi amigo Adam y yo fuimos a la oficina del profesor Rivera (director del departamento de Química) a consultar algo sobre nuestras notas finales.  Eso significa que se trataba del semestre en que vi Síntesis Orgánica, diciembre  de 1996, tenía entonces 20 años.

Después de tratado el tema que nos llevó hasta su oficina, resultamos hablando unos minutos de dios y religión (Supongo que por un saludo de navidad por parte del profe) y de la posible contradicción entre ser un científico y tener creencias religiosas.  Entonces éramos tres con tres posturas definidas y diferentes:  Adam, quien decía ser un ateo convencido y veía imposible ser científico y religioso; mi profesor, quien decía ser una persona religiosa que no veía contradicciones con su profesión científica; y yo, que manifesté que no era practicante de ninguna religión, pero que me consideraba aún una persona espiritual que se quería sentir en armonía con el mundo y se maravillaba con el orden de las cosas.  También recuerdo haber manifestado que no podía negar aún la existencia de un dios (Me faltaban elementos para hacerlo), que me inclinaba a sentir a un dios (pero no al dios cristiano) en el orden, equilibrio y armonía del mundo a todos sus niveles, y que en ese sentido mi formación científica fortalecía esa idea al llenarme de datos, ejemplos y explicaciones de esa armonía.

Esa última declaración me pone directamente en el corazón siguiente etapa (la que yo llamo "de exploración"), que en realidad coexistía desde años antes.


Leer etapa 7

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo: Etapa 3/9


Etapa 3: Católico por descarte de las otras opciones

Al igual que sucedió con la etapa anterior, pensé que al llegar a este tercer escalón iba a estar en la misma situación que los millones de personas que podríamos calificar de "Católicos no practicantes", es decir, esas personas que se habituaron a ciertas tradiciones, cierta simbología, algo de la mística católica y de su vocabulario, pero que en su vida práctica no ejercen como tales.  Son personas que dirían "Soy católico porque nací católico o porque todo el mundo lo es" y no por una genuina convicción espiritual.  Pueden ser personas que pasarían perfectamente por no-religiosos, de no ser porque aún practican y participan en determinados rituales importantes (bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y muy especialmente matrimonios y funerales), se dan la bendición cuando tienen miedo e invocan a diosito en momentos de angustia y tensión y cosas así.  Pensé que estaría a la par con toda esta gente al compartir buena parte del desdén hacia esa religión, pero no.

Y no, porque el camino que me había llevado hasta allí era diferente del de cualquier otra persona, lo cual indica que llegaba con otras experiencias, otras frustraciones, otros sinsabores y otras pequeñas victorias acumuladas en el camino.  Por ejemplo: muchos hay que habrán nacido en un entorno más relajado y poco practicante y allí siguen, relativamente cómodos con la manera en que participan de una religión por su componente folklórico y un puñado de ceremonias al año.  Para llegar a un punto similar, yo había tenido que rechazar algunas cosas de manera explícita, negar otras, defender otras, manifestar algunas inconformidades, reticencias, prevenciones, desacuerdos y desdenes varios, que bien podían abarcar la doctrina religiosa como tal, la tradición o la simple opinión, y yo todavía no tenía claros los límites de cada una ni la manera en que algunos quieren borrar esos límites volviendo todo la misma vaina.

En esos años (mi adolescencia tardía, mi juventud temprana), yo ya no participaba voluntariamente de ningún ritual religioso, no compartía el punto de vista general de la iglesia ni particular de sus miembros en algunos temas, en otros estaba en completo desacuerdo,  ya no representaban autoridad de ningún tipo para mí,  pero por alguna extraña razón no podía afirmar con firmeza "No soy católico", pues tal afirmación me parecía aún temeraria y digna de alguna represalia sobrenatural.  Y claro, seguía participando en algunos eventos familiares inevitablemente asociados a la religión, pero siempre desde la barrera. De eso hablaré en la siguiente entrada.


¿Hasta cuándo duró esta etapa?  

Hasta bien avanzada mi universidad.  Dos eventos me ayudan  a ubicar estos años en mi línea de tiempo:

- A los 15 años entré a trabajar como mensajero en un almacén cuyo dueño era cristiano luterano practicante y recientemente se había dado cuenta de que no había correlación entre ser honesto y asistir a su iglesia, pues yo entré a remplazar al muy cristiano mensajero anterior, muy temeroso de dios, que resultó ser un poquito ladrón. Cuando había tiempo, solía hablar con mi jefe y sus amigos (Cristianos luteranos practicantes) sobre religión, principalmente para conocer las diferencias suyas con los católicos y de las diferentes corrientes protestantes entre sí (De eso también hablaré en mi siguiente entrada).  En cierta ocasión, uno de ellos me preguntó si yo era cristiano y respondí dubitativo "Cristiano católico".  Lo hice sin mucha convicción, pero al menos sabía que las otras respuestas posibles eran menos indicadas y menos ciertas aún.

- A los 19 años, llevaba varios años sin ir a misa, y cierta vez mi madre me hizo prometerle que iría ese determinado día.  Ignoro la razón de ello (No era ese el tipo de cosas que mi madre solía hacer), pero empeñé mi palabra y fui.  A la salida me dije muy convencido:  "Yo ya no hago parte de esto", y me fui molesto no solamente por haber perdido esa preciosa hora de mi vida, sino por haber cedido a esa presión.  Lo que encontré allí se me antojó tan ajeno, tan de ficción, que no hubiera podido participar de ello, ni aún queriendo participar de ello.  Todo lo que tenía un componente religioso ya había pasado al plano de la irrealidad, como la mitología o como cualquier otra ficción.

Pero si ya no era parte de esto, ¿De qué era parte?  Creo que inicialmente no me importó, y pasó un buen tiempo sin que alguien me formulara la pregunta (ni siquiera yo mismo).  También por esos años se fortaleció mi etapa de exploración en la que estaba más dispuesto a preguntar que a responder, estaba en plena vida universitaria (con todo lo bueno que trajo) y la cabeza se me ocupaba en otras cuestiones, con toda seguridad más importantes.  Lo que sí es cierto es que estaba lejos de poder decir que era ateo y que no me sonara a mentira ni a verdad a medias.  Fueron los años de evitar la confrontación, las preguntas y la reflexión sobre el tema.  Fue un grato descanso.

Como referencia adicional, tengo claro que hacia los 23 años ya era un declarado e inamovible no-religioso.  Es decir, que no solamente había logrado desprenderme del estigma católico (suena irónico) sino que lo hice extensivo a cualquier otra religión posible, pero sin descartar aún la existencia de deidades ni su responsabilidad o su papel en la vida de los humanos. Ese año recibí la amable invitación de ser padrino de bautizo  de un primo. Llevaba varios años sin tocar el tema conmigo mismo, pero me di cuenta que no sería honesto aceptar si esperaban de mí cierto compromiso asociado con ser parte de la iglesia de la que me había salido, así que respondí que si ellos no veían problema en que no fuera católico, lo haría.  

Mi respuesta causó preocupación y alarma en mi familia (y de eso hablaré posteriormente), cuando me preguntaron "¿y si no es católico entonces qué es?" yo respondí "Soy ateo", también sin mucha convicción, dubitativo, casi sintiéndome temerario y arriesgado al hacerlo.  ¿Por qué respondí así? Tal vez porque era la respuesta más cercana, o tal vez porque ponerme a explicar cuál era la verdad (que ni siquiera yo tenía clara) hubiera sido un proceso largo y confuso que al final no aportaba nada a lo que realmente quería en ese momento: declinar el ofrecimiento de ser padrino por no ser católico, pues estaba seguro de no serlo más.

Como queda claro en estas entradas que llevo escritas, mi camino ha estado fuertemente ligado a mi familia, y siempre con referencia a la religión católica.  En la siguiente entrada quedará claro por qué, pues este camino ya pasa de la cuarta etapa y aún no se ha hablado de otra cosa.

Leer las etapas que siguen en el proceso:

martes, 22 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo: Etapa 2 / 9


Leer el Prefacio

Etapa 2: Católico con reservas

Dudé un poco si llamar a esta etapa "Católico no practicante", pero creo que ese título encajaría mejor en la historia de alguien más y no en la mía, especialmente porque católico con reservas tiene cierto ejercicio de reflexión que no necesariamente aparece en la otra (Conocemos cientos de católicos no practicantes que no se han percatado de serlo), y además aún me encontraba en cierta medida practicante.    

Esta segunda etapa se trata del encuentro fortuito (no puedo decir que fue una búsqueda) con ejemplos puntuales que me hicieron ver con recelo a la idea de Dios, a la religión, a la iglesia o a alguno de sus miembros, según fue el caso, sin comprender ni identificar los límites y alcances entre unos y otros, cometiendo el error de atribuir al todo propiedades de sus partes y viceversa. Mi identidad como individuo recién comenzaba a gatear y con seguridad tenía más cosas en las que ocuparme, pero ahí subrepticiamente comenzó este lento trabajo de destruir el enemigo desde adentro.  Desde mi adentro

De la etapa anterior había principalmente dos cosas que no me gustaban.  No sé si llamarlas reservas aún, pero que me estorbaban e incomodaban y, aún si las aceptaba como católico, me producían vergüenza y preferiría no tener que hacerlo y procurar vivir sin ellas, así que las evitaba incorporar a mi práctica religiosa de entonces.  Estas son  1) Esa idea de que "somos pobres, lo merecemos y somos afortunados por ello, mejor sigamos así que quizá dios lo quiere" y 2) Ese permanente sentimiento de culpa inculcado con la consiguiente necesidad de pedir perdón hasta por lo trivial. Todo es pecado, todo nos condena, pidamos perdón a toda hora.  Pero a pesar de sentir esa molestia, la asumía porque así me había tocado en suerte.  Era como aceptar ser de baja estatura.

Las verdaderas reservas comenzaron relativamente pronto.  Una de las más fuertes habrá sido a los 12 o 13 años, cuando escuché una arenga ponzoñosa de parte del sacerdote de la iglesia del 20 de Julio, a donde solíamos ir con mi madre. Ese detestable cura estaba enfurecido porque una ley lo obligaba a recibir en su colegio a estudiantes que eran hijos de padres no casados.  Estaba iracundo y se arrogaba el derecho de maldecir y amenazar con el infierno a los legisladores por obligarlo a aceptar a los que viven como hijos de perro y perra (palabras textuales, dichas sin el menor asomo de vergüenza ante sus miles de feligreses).  Esa declaración me produjo una total repulsión, me sentí agredido como ser humano, no quise ser parte de la misma congregación que ese infeliz, no quise estar en ningún lugar en el que él fuera reconocido como autoridad de cualquier tipo, no quise estar al lado de personas que no sintieran la misma repulsión que sentía yo en ese momento y mucho menos al lado de personas que le dieran la razón, lo defendieran o que consideraran válida su opinión aunque fuera solo en parte.  

Me puse a pensar en esos estudiantes, no los conocía pero podrían ser buenas personas, tenían derecho a que no les cerraran las puertas para estudiar, a no ser víctimas de las zarandajas que arengaba el detestable cura ese, ni a la indiferencia de quienes las escuchaban ni a la obediencia de quienes las consideraban válidas y resultaran haciendo algún tipo de maltrato porque se los ordenaban desde el cielo.

También pensé que esa arenga, si al energúmeno cura se le hubiera ido la olla más tiempo, podía alcanzar a salpicarme al ser yo mismo hijo de padres separados, algo muy inusual e incluso perseguido, en los 80 y también condenado con fruición por la iglesia de entonces.  Yo me consideraba buena persona con ganas de estudiar y me sentiría indignado ante semejante muestra de discriminación tan atroz, más aún viniendo de un sacerdote, con todo lo contradictorio que eso significa (Seguro mi madre habrá sentido en su carne, a raíz de su valiente decisión de separarse, mucha discriminación y censura a distinto nivel, reforzadas desde un púlpito por personas que ella consideraba autoridades morales).  Sentí mucha empatía por los estudiantes afectados y un rechazo total por el cura y la entidad que representaba, rechazo que sigue intacto hasta los días presentes, no sé si se notó en los párrafos anteriores. 

Otros ejemplos del mismo talante pero menos ácidos se repitieron a lo largo de esos años (curas detestables con la lengua muy larga nunca han faltado) y me llevaron a una primera gran conclusión, la primera piedra para la lenta construcción de ese edificio llamado "mi ateísmo", un pequeño paso para la humanidad pero un gran paso para mí, el gran paso con el que comenzó este viaje: darme cuenta de que los sacerdotes podían estar equivocados y que podía ser perfectamente normal desatenderles, desobedecerles y contradecirlos.  Ellos no tenían la razón, es más, podrían estar mintiendo deliberadamente, metiendo la pata con arrebato, yendo en total contravía con lo que predicaban e importándoles un pepino el renunciar a cualquier muestra de sensatez.  Darme cuenta de eso fue tremendamente liberador.

¿Por qué es un gran paso?

Porque en mi casa crecí escuchando cosas del estilo "Esto lo dijo el padre" como argumento para tener una determinada posición frente a muchos temas, y opiniones, y también para ayudar a tomar decisiones que hubiera que tomar.  Sé que no está de más pedir consejo y atenderlo, pero otra cosa es investir a estos sujetos de una autoridad sagrada e irrebatible también sobre los temas que no son de su resorte, de los que no saben un rábano, o en las que su opinión es cuando menos cuestionable, tendenciosa, sesgada, hipócrita o basada en la completa ignorancia (o todas las anteriores) para luego tener que atenderle sus recomendaciones traídas de los cabellos, algunas bajo la amenazas del castigo divino.

Lo viví por ejemplo con trivialidades como el rock en español de final de los 80: "El padre dijo que ustedes no pueden escuchar esa música" o cosas tan íntimamente familiares como "El padre dijo que los niños deben irse a dormir a las 9pm". Y en esa edad en la que estamos en el proceso de ganar autonomía en casa, ganarse algunos derechos y escuchar algunas explicaciones a nuestras dudas, esa respuesta no hacía más que exasperarme.  Era un "porque sí, y punto" que no aclaraba nada.  Eso lo tuve que vivir también con temas más trascendentales para un adolescente, como el enamoramiento o las inquietudes del despertar sexual. Lo que diga el padre y punto (¿y si dos curas tenían opiniones diferentes? ¿eh?).

[Años después, cuando yo ya estaba en etapas muy avanzadas de mi camino al ateísmo, mi familia tuvo un proceso de fanatización religiosa (del que hablaré un poco en entradas posteriores) en el que se volvió bastante frecuente atender la opinión de los sacerdotes como si fuera letra sagrada, y allí escuché, en mi casa, prohibir ver algún inofensivo programa de televisión (Los simpson o Bob Esponja, por ejemplo) porque "el padre dice que no hay que verlo", o dejar de usar una camiseta mostrando un pulgar arriba "porque el padre dijo que eso es un mensaje satánico".]

Esta situación no se limitaba a la familia, al sacerdote del barrio y a los que visitaran la casa.  El colegio y la comunidad tenía esa misma identidad, así que no tenía un espacio de laicidad para desarrollar nada que quisiera mantener sin esa contaminación clerical.  Recuerdo que en el colegio siempre hubo capellán y los hubo de todo tipo: desde el bonachón cuentachistes y amigable hasta uno bastante repulsivo que en las charlas sobre sexualidad a las que asistíamos solía pasarse de calidad con detalles escabrosos y descripciones grotescas de comportamientos anómalos que no debíamos tener porque nos condenaríamos para siempre.  Resulta muy fácil querer separarse de la iglesia si el capellán es así.

¿Hasta cuando duró esta etapa?

Más o menos hasta finalizar el bachillerato.  Como lo dije al final de la anterior entrada, en grado once (Tenía 15 años) me decidí a "darle una oportunidad" a la iglesia para encontrar algunas respuestas o al menos llenar unos vacíos. No recuerdo muy bien cuáles eran los mencionados vacíos, quizá los mismos de cualquier otro quinceañero con ganas de consuelo espiritual en una edad difícil de un año lectivo particularmente difícil que vive en una familia con realidad económica difícil y con mucha incertidumbre sobre cuál será su futuro tras la graduación, pero solo es una hipótesis.

Lo que sí recuerdo que me levantaba muy temprano para ir a misa antes de ir al colegio, encontrando un lugar con menos ruido, alboroto y parafernalia que el ritual dominical.  Allí éramos menos de 10 personas y todo era más cercano, o tal vez así lo quería percibir.  Al cabo de un tiempo (un mes, quizá) me di cuenta que no estaba allí lo que necesitaba, que el mejor consejo que encontraba a mis inquietudes era no hacer nada y confiar en que el tiempo de dios era perfecto, que tal vez dios lo quiere así y cosas de ese talante.  No era que buscara la clave para ser feliz y triunfar en la vida, pero tampoco estaba conforme con salir en el mismo estado en el que entraba. Creo que esa fue la última vez que fui a una misa por voluntad propia (seguí yendo algunas veces por obligación).


A pesar de esa desilusión, seguí participando aunque sin mucho entusiasmo, la vida religiosa de mi familia,  pero con un nivel de compromiso claramente inferior, y seguía alimentándome de esas reservas para tomar distancia poco a poco (ejemplos nunca faltaron, y parece que nunca van a faltar), pero eso ya es tema de mi siguiente entrada.  


domingo, 20 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo - Prefacio


Nací y crecí en una familia católica muy practicante.  Por "familia" me refiero a mi familia extensa, los descendientes totales de mis cuatro abuelos y de algunos de sus hermanos (Que sumados todos en alguna reunión de fin de año superamos la centena).  Por "practicante" me refiero no solamente a cumplir con el rito semanal de la misa, sino al seguimiento de demás recomendaciones doctrinales y de las impuestas por la iglesia, de manera que se vive como católico las 24 horas del día.  Finalmente, por "muy" quiero referirme a la renuncia del propio criterio,  a llegar a ese extremo de acatar opiniones y recomendaciones de la iglesia en general y de cualquier sacerdote en particular, solamente porque vienen de ellos (pudiendo ser de temas en los que no tendrían por qué tener alguna jurisdicción).  Es esa renuncia a tener una postura crítica frente a diferentes temas porque ahí está la iglesia para determinar cuál postura debe seguirse, cómo pensar, qué opinar, qué aceptar, qué rechazar, qué perdonar, qué condenar y en qué medida.  Suena exagerado, pero no voy a hablar de nada que no haya vivido en mi propia carne.

Debo añadir que crecí en un contexto católico muy practicante: Un colegio con capellán, clase de religión, misa, oración diaria en el patio y antes de comenzar cada clase, primeras comuniones y confirmaciones institucionalizadas, compañeros con los que me encontraban los domingos en la iglesia y cuyas familias se asemejaban a la mía en este fervor y otros elementos por el estilo.  Sumémosle a eso la política y los medios de comunicación de los 80.


Además, uno de mis tíos es sacerdote católico y otro fue aspirante hasta muy avanzada esa formación.  Esto, y que en mi familia siempre se haya sentido cercana a la iglesia, haciendo voluntariados de diverso tipo, me permitieron conocer de primera mano muchos tejemanejes de la institución y de la doctrina, ejemplos de ovejas descarriadas, de luchas intestinas, de la multiplicidad y disparidad de criterios dentro de la propia institución, pulsos de poder y demás tramoyas que normalmente no se le dan a conocer a los feligreses o que ellos ignoran porque la iglesia lo niega y lo esconde (o lo recomienda ignorar), o a las que les restan toda importancia porque al fin de cuentas se trata de hombres, santos iluminados, con "el don" que no se equivocan aunque estén equivocados y esa clase de etcéteras. Todo esto ayudó a que muy temprano el barco de mi religiosidad hiciera agua.

Hoy, si me preguntan, respondo que soy ateo 100%, pues creo no solamente que dios no existe, sino que la existencia de al menos una deidad me parece una idea anacrónica, inconveniente, innecesaria y muy peligrosa por las muchas maneras en que se puede utilizar en y por aquellas personas que deciden sí creer, independientemente de lo incoherente que es la idea en sí misma.  El uso del verbo creer entraría en contradicción con esa certeza del 100% (que pasaría a ser un saber, pese a ser algo de lo que no es posible tener certeza), pero para efectos pragmáticos es la misma vaina (no faltarán los detractores que querrán pegarse de ahí para tener una de sus habituales discusiones bizantinas).   El punto es que no creo ni creeré hasta que haya evidencia incontrovertible, y como ésta nunca llegará (o ya habría llegado), pues la postura será permanente.

Este proceso de transitar entre esos dos extremos creyente / ateo (aunque nunca estuve en el extremo fanático religioso y tampoco he sido ateo militante ni beligerante ) fue gradual, irracional, tomó años y no me percaté de sus diferente etapas sino hasta que alguna pregunta me hacía reflexionar al respecto.  En esta serie de entradas trataré de explicar cómo ha sido ese camino, que puedo resumir más o menos en la siguiente serie:



Muchas etapas se solapan entre sí, algunos inicios y finales no son únicos ni se ubican en puntos exactos de la historia.  Hay algunos eventos precisos que me ayudan a definir qué etapa estaba viviendo en determinado momento, y me apoyaré en ellos para seguir esta secuencia y explicar los contextos en los que estaba envuelto.

Aclaro, este no es un tratado sobre el ateísmo, ni una misión de conversión masiva, ni un texto crítico ni filosófico.  Es un ejercicio puramente autobiográfico sin otra pretensión que recoger mis pasos, ahora que me dio por ello.

Comenzaré entonces

sábado, 12 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 1 / 9



Etapa 1: Católico porque mi familia así lo decía.

Cuenta Richard Dawkins que en Irlanda suelen preguntarle, a manera de chiste: "¿Usted es de los ateos católicos o de los ateos protestantes?", y dice que a la pregunta no le falta un trasfondo de seriedad, por el tipo de cosas que hay que negar explícitamente para poder considerarse Ateo (al menos, ateo explícito, o ateo fuerte, como muchos consideran que debe hacerse para poder afirmarlo. Quizá en las últimas entradas me detenga a explicarlo).

Esto significa que para entender este proceso de convertirme al ateísmo necesito hablar un poco del contexto en el que nací y crecí pues el camino al ateísmo está marcado por ese estado inicial, y los primeros pasos son notablemente diferentes en cada quien, aunque el destino final sea el mismo.

Como miembro de una familia católica, aprendí de la religión y de la iglesia todo lo que ellos consideraron importante y necesario; desde muy pequeño se me indujo a la práctica religiosa como una más de mis obligaciones (a veces me la mostraban como la más importante).  Y como parte de una familia muy católica, me inculcaron tradiciones que iban más allá de la práctica promedio, así como el constante miedo a estar haciendo algo malo, a ser castigado por pensar y opinar.  Existía una casi prohibición a desear cualquier cosa sin ligarlo a que Dios quiera y las opiniones de la iglesia y sus representantes eran consideradas dignas de tener en cuenta por más traídas de los cabellos que parecieran.  Con decir que un sacerdote recomendó en cierta ocasión, cuando yo era niño, que no me dejaran leer tanto que me podría enfermar o volver loco... pues ya sabrán de qué hablo.

La dificultad para mi futura ruptura con todo ese contexto radicaba en que esta religiosidad se entremezclaba con las cualidades que adornan mi familia (y que para mi fortuna son muchísimas), de manera que las mostraban inseparables de la religión. A manera de ejemplo, en mi familia han sido más propensos a pensar que "somos solidarios porque somos católicos" en lugar de "somos solidarios y además somos católicos".  Cuando se piensa así, resulta muy fácil malentender a quien se declara ateo (o incluso, no-católico) y describirlo como la suma de todos los defectos y las vilezas humanas. El tema no ha cambiado mucho, en 2014 escuché a un sacerdote decirlo nuevamente a su público.

Volviendo a mi infancia:  el contexto ampliado en el que crecí fue una ayuda tremenda para mi familia en esta labor adoctrinar a los más pequeños (mi generación). La familia aún más extensa, los vecinos, los amigos y el colegio también eran católicos y tenían su espacio para reforzar esta tarea, ni qué hablar de la radio y la televisión.  No había forma de escapar.

Esto significa que crecí con la obligación de ir a misa cada semana, de rezar rosario a diario (el largo, en vacaciones, en casa de las tías, con más de 20 personas participando), de ver el minuto de dios, de echarme la bendición a cada rato, de vivir permanentemente sintiendo culpa de haber hecho algo malo, del miedo a condenarme, de dar gracias a dios por cualquier nimiedad, y también por las malas noticias, de ver a los sacerdotes como autoridades a las que hay que obedecer, de hacer novenas a varios santos y todo el etcétera imaginable.  Y cuando digo obligación, digo que nos podían castigar por no hacerlo, que nos acosarían hasta que lo hiciéramos, y que no lo podíamos cuestionar.


¿Hasta cuándo duró esta etapa?

Si bien recuerdo que a los 9 años un profesor nos explicó que el génesis no debía ser interpretado literalmente sino que lo dicho allí debía interpretarse como una metáfora literaria (Eso abrió una puerta por la que no entré sino muchos años después, pero al menos me di cuenta de que existía tal puerta), yo creo que  esta etapa tuvo protagonismo hasta los 14 años, solapándose con las siguientes.  Me baso en dos recuerdos puntuales:

- En clase de filosofía (tendría que ser 10º grado entonces) estuve muy de acuerdo con la idea de que "dios" era una construcción cultural humana, y así lo dije en la clase de religión.
- Deliberadamente decidí no inscribirme a la confirmación en mi colegio.  No recuerdo qué me movió a hacerlo, pero no habrá sido nada muy trascendente aún.  Era una especie de "y qué pasaría si..."

A los 15 años ya tengo conciencia del primer cisma serio en mi interior, la primera vez que necesité de la iglesia una respuesta adicional a las que tradicionalmente me daba (respuestas a preguntas que yo no estaba haciendo). No recuerdo ahora exactamente qué era lo que me angustiaba, quizá era solo esa incertidumbre que todos los adolescentes experimentamos o necesitaba claridad sobre las cosas que me obligaban a aceptar pero que no me satisfacían como respuesta. Solo recuerdo haberme acercado a la iglesia con una actitud de buscar algo.

Pero ese es tema de la siguiente entrada