sábado, 8 de junio de 2013

¿Cuál es la extensión territorial de la República de San Marino?


El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto--para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:



- ¡¡61 KILÓMETROS CUADRADOS!!



Estoy seguro, segurísimo, de que solo una vez en toda mi vida me he sentido puro, explícito e invencible en el instante de responder algo, y estoy a punto de cumplir 10 años de aquel momento.

Era viernes, y durante dos semanas se había generado cierta campaña de expectativa sobre un concurso llamado "¿No que sabe mucho?" organizado por estudiantes de derecho para, en franca lid, determinar quiénes serían las personas que habían memorizado durante su vida el mayor número de datos puntuales, inconexos, triviales e inservibles sobre la mayor cantidad posible de temas. Lo que para resumir solemos llamar "Cultura General".


Como no podía ser de otra manera, yo sucumbí a la campaña de expectativa.  El concurso era en parejas y ya había concertado formar equipo con mi amigo Fabían Mendoza (uno de mis solventes no acuosos, aquí en un par de fotos de la época).  La combinación me parecía poderosa e invencible, pero jugábamos de visitantes.  Nos regodeamos compitiendo entre nosotros con preguntas rebuscadas, a modo de preparación y entrenamiento, teniendo en mente que competíamos contra estudiantes de carreras que leen mucho y suelen tener muy buena memoria. No nos amilanamos ante la incertidumbre y llegamos al recinto a participar en la contienda de nuestras vidas.

La dinámica era sencilla:  dos equipos se sentaban frente a frente, cada uno con un dispositivo que activaba una luz, el moderador hacía una pregunta y nos lanzábamos veloces a encender el interruptor, y entonces se tenía autorización para responder la pregunta formulada.  Había que ser realmente veloz para encenter el interruptor (muchas preguntas se ganaron por la velocidad de esa activación).  Ganaba el equipo que llegara a 20 aciertos, o que respondiera más preguntas de 40, en caso de que no llegara a 20.  Para hacerlo más ameno y vincular al público, decidieron que si ninguno de los dos equipos contestaba la pregunta, alguien del público podría hacerlo y ganaría un chocolate en caso de acertar.  Eso habría de jugar a nuestro favor.

Por sorteo, jugaríamos el último encuentro de la primera ronda, así que pudimos ser parte del público en varios encuentros.  Reiteradamente, logramos responder algunas preguntas que los concursantes ignoraban, y comenzamos a acumular chocolates frente a nuestros puestos, exhibiéndolos como trofeos de caza, como botín de guerra para intimidar a nuestros Rivales y disuadirlos.  Cuando completamos 10 chocolates nos vetaron (primero de chocolates, luego de cualquier posibilidad de responder las preguntas a menos que fuéramos los únicos que quedaran por pedir la palabra), así que las respuestas se las pasábamos a nuestras acompañantes para que ellas ganaran sus respectivos chocolates.  Después de unos cuantos encuentros, ya nos  encontrábamos chapaleando en el fango  de la autocomplacencia, rodeados de chocolates, jactanciosos en nuestras respuestas,  levantando murmullos de admiración y de prevención entre el auditorio, arrogándonos de la nada el rol de favoritos, generando empatía entre los demás grupos participantes que antes se tenían furiosa rivalidad.  Iban a ser ellos contra nosotros.  Todos contra nosotros.  Finalmente nos llamaron al ruedo.

Si había un momento para sentenciar nuestra suerte con una entrada triunfal, que terminara de desmoronar el ánimo de nuestros rivales, era ese.  Yo pensaba pasar con una fanfarrona e indulgente sonrisa, pero Fabián llegó más lejos, literalmente.  Estábamos en primera fila de un auditorio, y en lugar de caminar por el estrecho espacio entre dos filas para llegar al pasillo central y bajar unos escalones, Fabián se valió de su buen estado físico para dar un espectacular salto por encima de las mesas y las sillas, cayendo a varios metros, muy  cerca de la tarima en donde estaba nuestro lugar.  Y como decían las doncellas de antaño: sucedió lo que tenía que suceder.

Allí estábamos, frente a docenas de rivales contestando una tras otra un rosario de preguntas rebuscadas de todos los temas posibles.  Historia, ciencia, literatura, música, política, geografía, mitología...  Era una fortuna que Fabián conociera tantos temas de los que yo no sabía absolutamente nada, y viceversa.  La suerte también jugó a nuestro favor, cuando nos lanzamos a especular respuestas de las que no teníamos la menor idea (¿a quién dedicó Karl Marx "El Capital"?  ¿Qué profesión tenía el vocalista de Pearl Jam antes de ser música?), o cuando formulaban preguntas de ciencias, pues todos ellos eran de Derecho.  Acertábamos y uno tras otro fuimos derrotando a nuestros rivales:  Primero en octavos de Final, luego cuartos, semifinal,  y así pasamos a la final.

Para esta final cambiaron un poco la regla:  Ya no sería llegar a 20 respuestas ni formular 40, sino que formularían todas las preguntas que quedaran en el banco de preguntas que habían armado, y formularían hasta la última aunque de antemano se conociera el ganador, todo armado como la gran fiesta de la erudición a la que llegamos como el par de patanes que siempre llega a comerse el pastel con las manos.  Y comenzamos la final, liderando la contienda desde la primera pregunta.  A los pocos minutos, y bastante complacidos, ganamos el torneo porque matemáticamente no era posible que nos alcanzaran, pero continuamos hasta que formularan la última pregunta.  La celebración bien podría esperar un par de minutos.

Entonces sucedió:  Se detuvo el tiempo y se silenció el mundo, porque la última pregunta resultó ser "¿Cuál es la extensión territorial de la república de San Marino?"  Debo anotar que esa fue la única pregunta de ese tipo en todo el concurso, el dato que pedía era demasiado preciso o puntual como para que alguien lo supiera.  Sería como preguntar la longitud exacta de un río.  Más fácil era preguntar la fecha de un evento histórico (hubo varias preguntas de esas), un lugar exacto, un nombre exacto, pero la extensión territorial de un país estaba lejos de cualquier presunción de tenerla en la mente.

Sin embargo, yo la tenía en mente.  Años de haber leído el almanaque mundial  y de haber organizado la información de puro desparche me habían hecho grabar este dato, al lado de otros semejantes.  Pero no se trataba solo de saber la extensión de este país lo que me resalta ese momento en mi memoria:  se trataba de una pregunta que justificaba largas horas y largos años de haber leído y releído, aprendido, olvidad y vuelto a aprender toda suerte de datos, años de haber preferido hojear libros que andar de juerga, o comprar libros en lugar de ropa, años de haber tenido la oportunidad de presumir de lo que se sabe y tratar de demostrar que fue una buena decisión pasarse la adolescencia leyendo, años de haberle apostado a esa estrategia para aprobar los cursos, para ganarme el favor de los profes, para sentirme ganador (incluso admirado) al lado de mis colegas, y hasta para tratar de conquistar chicas.  Siempre hubo algún ejemplo para demostrar que esas decisiones habían la pena.  Pero no habíamos tenido alguno en el cual lo demostrábamos venciendo y aniquilando a nuestros rivales, y entonces formularon esa pregunta. "¿cuál es la extensión territorial de la República de San Marino?"

Era la última pregunta del concurso, el rival ya estaba vencido, ya éramos los indiscutibles ganadores, ya habíamos oído los murmullos de admiración y visto las cabezas a dos manos entre el público que no creía que hubiéramos ganado como lo hicimos (por ejemplo, cuando acerté en el nombre de un vallenato).  Pero faltaba la cereza del pastel:  Formularon la pregunta y me lancé a prender el interruptor tan veloz como pude (como en tantas preguntas en las que los dos equipos sabíamos la respuesta) y respondí a los gritos.  Ese día se cerró un ciclo, pasé un portal, subí de nivel, dejé atrás mi pasado, cambié de piel, qué se yo, Sentí que había necesitado 27 años (los 27 años de mi vida, minuto a minuto) para llegar a ese momento, porque me sentí puro, explícito, invencible, en el instante de responder: 

 61 kilómetros cuadrados!!



jueves, 2 de mayo de 2013

El almanaque mundial

La semana pasada estaba hablando con una rectora y encontré sobre su escritorio un ejemplar del almanaque mundial, y me entró la alegría y la añoranza de quien vuelve a ver el juguete más querido de la infancia, o un compañero de la primaria, o el barrio en el que creció. 

Hacía mucho tiempo no veía un ejemplar, y actualmente wikipedia ocupa el lugar en mi corazón dedicado al proveedor de información que me engolosina, sobrecoge, entretiene y alimenta.  Sin embargo, ese lugar fue durante muchos años para el almanaque mundial, y por eso me entraron ganas de contar la historia.

El primer ejemplar que tuve fue el de 1984, estaba en 4° primaria.  En febrero me habían dejado de tarea algo relacionado con la vida de Simón Bolívar, y estaba en Cafam Floresta con mi madre cuando vi el libro con Simón Bolívar en la portada y le pedí a mi madre que me lo comprara para hacer la tarea.  Ella accedió.

No recuerdo si la mencionada tarea la logré hacer (lo más probable es que no, yo no era de "esos"), pero sí recuerdo que fueron muchas las horas dedicadas a descifrar y entender la lógica de ese libro, en el que parecía haber mucha información que no necesitaba, y que tampoco sabría cómo necesitarla en el futuro.  Yo leía el libro como si fuera un cuento, desde la primera página, leyendo todo (hasta la publicidad)

Felizmente, logré llegar a la sección "ciencias de la tierra/Demografía" en donde el libro estalló de belleza en mis manos:  Aparecía la lista de los 20 países más grandes en orden decreciente de extensión (desde la URSS hasta Colombia) y luego los países más poblados, y los montes más altos, y los ríos más largos, y las islas más grandes, y etc., etc., y muchos más etc., y después una descripción más o menos detallada de cada uno de los casi 200 países del momento, con sus datos geográficos, demográficos e historia reciente, y luego otros etcéteras más leí a lo largo del año.

En diciembre del 84, vi en el almacén LEY de Manizales el almanaque mundial de 1985, y con una breve hojeada me di cuenta de que alguna información estaba actualizada.  Las montañas más altas seguían siendo las mismas, pero ahora había nuevos países, nuevos descubrimientos, nuevos avances...  Entonces decidí que lo pediría de regalo de navidad y fue mi abuelo Aldemar el que me acolitó el capricho. Buena parte del año 85 me a pasé comparando la información de cada uno de los 200 países para ver qué datos adicionales había y cómo habían cambiado los que cambiaron.

Para el año 1986 no me pudieron comprar el almanaque, entonces me dediqué a releer estos dos, y ampliar las listas que podía y crear otras que no existieran, todo a partir de los datos dados por el propio almanaque.  Ya que estaba la lista de los 20 países más grandes en orden decreciente de su extensión territorial, decidí ampliarla y completarla hasta hasta incluir a todos los países restantes.  Lo mismo hice en orden decreciente de su población, tasa de cambio, desempleo, PIB per cápita, longitud costera y cualquier otro dato que estuviera allí.  

Luego vinieron cuatro años felices, del 87 al 90, con el almanaque mundial como regalo de navidad.  Esos años ya estaba en bachillerato, conocí a los que fueron mis mejores amigos durante muchos años y conocí al que ha sido el mejor profesor que he tenido (Un saludo al profe Luis Arturo Peláez), justamente de geografía e historia,  de América, de Europa y Asia, en los que me sirvió bastante esta lectura que ya llevaba cuatro años haciendo.

Pero el mundo no cambia tan rápido como para necesitar un libro como ese cada año  (Muchos datos de 1984 siguen siendo los mismos hoy), por otra parte la publicación decayó en calidad y poco a poco perdí el interés en seguirlos adquiriendo. Los que alcancé a tener se quedaron en la casa como eventual fuente de consulta, y allí siguen.

En diciembre de 2004 volví a tener uno de regalo, esta vez de Mariet, mi novia de entonces, quien se sabía los detalles de esta historia.  Ese fue la última edición que tuve propia, porque ese 2005 conocí Wikipedia y me volqué a seguir consultándola, dejando olvidado el libro, hasta el sol de hoy que volví a ver un ejemplar y me entró la nostalgia.

Y esa es la historia de mi primer gran proveedor de información, que de tanto leer resulté memorizando casi sin querer.  Parecería irrelevante recordar datos como que la república de San Marino tiene una extensión de 61 km2, pero en 2003, 19 años después de haberlo aprendido, me sirvió para ganar un concurso, algo de dinerito, y terminar de conquistar a una chica, que dos años después me regalaría mi último almanaque mundial.


jueves, 25 de abril de 2013

Que 20 años no es nada

A comienzos de este año, y para hacer juego con los propósitos de año nuevo y los aires de borrón y cuenta nueva con los que amanece enero cada año, recibí una de esas noticias que pueden cambiar el rumbo de la vida entera y marcar el comienzo de una nueva etapa.  Cuatro meses después me di cuenta que no era para tanto, aunque la noticia se mantiene y es de las mejores noticias que he recibido.

Por esos días, pensaba en aquellos momentos, noticias o situaciones que cambiaron el rumbo que llevaban mi vida y marcan el comienzo de una nueva etapa, y encontré que la primera de ellas (o al menos la primera completamente mía, y no de mis padres)   fue hace 20 años:  Haber entrado a estudiar a la Universidad Nacional. Fue un cambio tan drástico, y tan feliz, que hasta cambio de nombre tuvo, un completo Carpe Diem que me duró por lo menos 15 años, aunque podría sospechar que continúa aún.

Claro, hubo muchos hechos asociados a este principal, y cada uno tuvo su pequeña trascendencia y ayudaron a encarrilar el rumbo.  Hoy, 20 años después, he querido listarlos para recordarlos (Re - Cordis:  Volverlos a pasar por el corazón)

1993 fue un año deslumbrante.  Tenía 16 años, ya llevaba un año trabajando de mensajero en un almacén, estaba aprendiendo muy a las malas (y a punta de errores) a trabajar, ser empleado, ser responsable de mis finanzas personales (tras unos robos, tumbadas y endeudadas tontas sufridas) y conocía algo (no mucho) del mundo real.  Ya había sido admitido a la Universidad, pero tuve que aplazar el ingreso para trabajar seis meses más en pro de enfrentar un año difícil en la casa.

Con el cambio de semestre, todo mejoró, y pasé de ser un frustrado mensajero que todo los días, rumbo al trabajo, pasaba frente a la universidad y la miraba con la ilusión pesimista de querer estudiar allí pero tener que seguir en el bus 10 minutos más rumbo al almacén, a ser un exultante alumno que quería comerse viva la vida universitaria.  Los pequeños logros que resalto de ese 1993 son:

1.  Liberarme un poco, gracias a mi trabajo, del "mientras viva en esta casa hará lo que yo diga" tan habitual en los padres de décadas pasadas.  Un derroche de libertad y hedonismo que se me iba en jugar maquinitas, llegar dos horas tarde a la casa y mecatiar cositas con mi dinero.  Ese era mi manera de entregarme al libertinaje total.
2.  Renuncié a mi trabajo, con la total convicción de no querer estar allí y de que el sueldito no iba a ser lo que me iba a atar.  Fue una de las decisiones más felices de mi vida hasta entonces.
3.  Viajé a Manizales por mi cuenta:  No solo fue el logro de pagarme todo, sino de ser autónomo en las decisiones que tomaría allí, dónde estaría, a quién visitaría.  Antes de esa fecha, mis viajes eran al lado de mi madre, y ella decidía todo.  Pero entonces, era un cuasi adulto que de día exploraba el mundo para enfrentarse a su destino sin la ayuda de nadie y por la noche comía en casa de la abuela.
4.  La primera travesía hecha por el puro gusto de hacer una travesía.  No fue la gran cosa (Caminar de Chinchiná a Palestina, recorrer el pueblo y regresar a Chinchiná), pero con 17 años fue lo más aventurero y extremo que había hecho jamás
5.  El primer grupo de amigos con el que me identifiqué y me sentí parte.  En el colegio había tenido amigos, pero ser un grupo lo conocí en la universidad
6.  Dejar de ser tímido simplemente tomando la decisión de dejar de serlo.  Clic!!
7.  Conocí el tenis de mesa, el contrapeso preciso que canalizó mucha de mi energía por derrochar, y que aún hoy disfruto.
8.  Conocí y me hice amigo de Catherine, que 20 años después sigue siendo mi mejor amiga
9.  Conocí y me hice amigo de Oswaldo, que 20 años después sigue siendo uno de mis mejores amigos
10  Tuve mi primer amante, Diana, con todo lo bueno y lo raro que tuvo.
11. Leí "El Caminante", de Hermann Hesse.  El primer libro que sentí que me cambió tras su lectura, y que verbalizaba muchas de las inquietudes y dudas que yo tenía.  Especial interés me causó la historia de la mujer del restaurante, y su "Separar al amor del objeto" que tanto desconsuelo me ha hecho regar por ahí
12 Finamente:  El ingreso a la universidad, con todo lo bueno que trajo: La vida universitaria, las discusiones por hacerse un espacio en el mundo adulto, la construcción de la propia identidad, las decisiones alocadas, la risa por todos lados, un universo completo de oferta cultural, deportiva, académica y hasta política, con docenas de espacios que permitían bien chapalear en el fango de la decadencia o bien ennoblecer el espíritu y cultivar la mente, con todo lo intermedio que el espectro permite.  

Todo esto ocurrió en el segundo semestre de 1993, una de las temporadas más intensas que he vivido, la que marcó más diferencia entre su "antes" y su "después", y la que comenzó a delimitar el rumbo que tan gratamente e ingratamente ha seguido mi vida, y que parece solo un soplo.  Por eso es hora de cantar:

♫ ♫ Sentir, que es un soplo la vida
que veinte años no es nada... ♫ ♫ 

lunes, 25 de marzo de 2013

"Venga, pase al frente y explique usted"

Esta semana, como parte de mi trabajo, tuve que entrar a algunas clases para observar el trabajo de los profesores.  Cuando estaba visitando el salón de primero primaria, veía a los niños y su diverso comportamiento y traté recordar cómo era yo a esa edad y en ese contexto, entonces me acordé de la anécdota que voy a comentar hoy.  De paso, como ya se acerca el cumpleaños de mi hermano Julián, aprovecho para vincularlo a la historia en el rol protagónico que siempre ha tenido.  Aquí va:

Corría el año 1982 y yo era el niño de la fotografía, en primero primaria, con los ojos bien abiertos, con ganas de aprender de todo.  Al final del año, mi boletín de calificaciones estaba orgullosa y arrogantemente lleno de 5.0, y mi hermano había obtenido un rojito 2.5 en matemáticas.  Cuando quise mofarme de mi mejor resultado comparado con el suyo, me respondió algo como:

- Es que los de primero tienen una matemática muy fácil, solo es saberse las tablas y hacer unas sumas sencillas.  En cambio en tercero tuvimos que hacer multiplicaciones de números de 20 cifras por 20 cifras, y sumas que llenaban la hoja entera.  En lenguaje hay que leer unos libros muy gordos y recitarlos de memoria, en sociales hay que saberse todas las capitales del mundo, en ciencias...

Yo siempre le he creído a mi hermano todo lo que dice.  Al día de hoy aún suelo consultarlo hasta por cosas triviales y tomo muy en cuenta su opinión. La respuesta que me dio entonces se me grabó como el miedo.  Había que hacer algo, y había que hacerlo rápido.  Yo no podía permitir que la escuela me sorprendiera con esas exigencias sin estar preparado, pero sobre todo, tenía claro que yo no podía caer en el mismo lugar que cayó mi hermano. Yo necesitaba vencer a la profesora, porque al vencerla, vencería a la escuela, al sistema, al mundo, y de paso también a mi hermano mayor.

Toda mi vida he tenido a mi hermano como el referente a seguir.  Como sólo es un año mayor, yo resulté heredando la ropa que le iba quedando pequeña, los zapatos que ya no le entraban, los juguetes que ya no usaba.  Pero lo más importante fue que heredé sus libros, cuadernos, trabajos escolares y los recuerdos y opiniones acerca de sus tareas y la experiencia general de verlo estudiar los temas que estudiaba.  Cada vez que yo veía un tema nuevo, mi hermano ya lo había visto el año anterior, y yo había sido testigo presencial atento a aprender de su experiencia.

Entonces, ante tan irresolubles ejercicios que mi hermano me auguraba en ese noviembre del año 82, me di a la tarea de realizar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones de cuanto número tuve a mano, así como a la lectura de libros cada vez más gordos y complicados (de mi tío Mario, que hacía Bachillerato) incluyendo el atlas universal Aguilar y el pequeño Larousse ilustrado.  Para enero, yo ya había realizado la suma de columnas enteras de números telefónicos del directorio (una excelente fuente para encontrar números), y del resultado restaba uno a uno los teléfonos de la columna siguiente, a veces haciendo previas multiplicaciones  entre algunos tomados al azar, aglutinándolos para tener números de 10, 15 y 20 cifras como los que mi hermano intentaba asustarme, y dividiéndolos por el número de cédula de mi abuelo, la extensión territorial de Colombia, la población de Bogotá o cualquier número que apareciera. Con la práctica, me asomaba a la calle a sumar mentalmente las placas de los dos siguientes carros que pasaran, o a realizar operaciones con cualquier número que apareciera en radio, en televisión o en las puertas de las casas.

Al entrar a grado segundo, estaba bien afilado y ansioso de demostrar que no me iban a coger a mansalva, que tenía mis armas y pensaba usarlas.  Yo no iba a perder, yo venía a vengar a mi hermano, llenándome de gloria en el proceso.  No importaba si era clase de lenguaje o matemáticas, yo estaba en primera fila aprovechando cualquier oportunidad para demostrar que ya sabía lo que la profesora estaba enseñando  ¿ese era su mejor golpe?

Una ocasión, la profesora estaba enseñando algún tema de matemáticas que yo ya sabía, me hice en mi puesto de primera fila a indicarle paso a paso lo que debía hacer, sin caer en cuenta que ella iba justamente a explicar todos los pasos al grupo e ignorando sus miradas de regaño en potencia.  Su paciencia finalmente se rebosó con mis intervenciones y muy indignada me dijo a los gritos:  "Pues si sabe tanto, venga, pase al frente y explique usted".

A muchos, esa frase intimidante los hubiera dejados clavados a la silla y callados por el resto del año, pero a mí me brillaron los ojos y lo tomé como la invitación más cordial que podía hacerme, así que pasé al frente, tomé la tiza y el borrador, y comencé a explicarle a mis compañeros cómo es que se realizaban las operaciones, y me di a la tarea de revisar el cuaderno de todos para ver si lo estaban haciendo bien y volver al tablero a proponer ejercicios cada vez más difíciles, supongo que con los ojos bien aniertos y la sonrisota bien puesta.  Así continué hasta que sonó el timbre del recreo.  La profesora no me dejó salir a jugar sino que me llevó a la dirección, mandaron a llamar a mi acudiente y al final del día había sido promovido a tercero.  No llevábamos ni dos semanas de febrero.

Durante el resto de la primaria y del bachillerato, procuré informarme bien de lo que mi hermano (siempre en un curso mayor, aquí en esta foto ) estaba aprendiendo para repetir el proceso, me fijaba mucho en sus tareas y estudiaba sus libros y cuadernos para aprender los temas con un año de anticipación.  Necesitaba el reto para superarme, y también para superar a mi hermano.  Gran parte del camino me lo trazó él, fue el faro que seguí, el nivel al que debía llegar, el estándar a vencer. Y fue un estándar muy alto:  Fue el mejor ICFES de su promoción, el mejor bachiller, pasó a la Nacional... yo no podía quedarme atrás.

Hoy en día, tengo claro que este episodio de los años 82 y 83 me enseñó algo que aplico todavía hoy, y que me ha permitido  en gran medida ser quien soy.  No se trata solo de haber conocido el auto estudio y los buenos resultados que da (aunque es una parte) ni haber aprendido a planear una tarea y disciplinarme por terminarla (aunque es otra parte)  ni de mostrarme el real disfrute del proceso de enseñar a otros (que es una muy importante parte).  Es el conjunto de todo lo anterior:  Hace 12 años que mi trabajo es enseñar (y lo disfruto tanto que no es trabajo), pero hace 30 que leo y estudio por mi cuenta todo tipo de temas, desde los triviales a los trascendentales, es algo que disfruto y que me define plenamente.  Está en mi firma, en mis huellas, casi que en mis genes, y quiero seguir haciéndolo así. Punto.

Claro, quiero seguir haciéndolo porque hasta ahora ha dado excelentes resultados.  Entonces reflexiono nuevamente y tomo conciencia de que todo esto, todo lo que he podido lograr académica, deportiva y profesionalmente, incluso los logros financieros, se lo debo a la presencia de mi hermano en mi vida.  No lo hubiera podido lograr sin él, sin la disciplina y el método que gracias a él aprendí, sin las permanentes ganas de querer superarlo y sin el listón tan alto que siempre me puso para superar.

Muchas gracias por la vida que tengo, hermanito.

jueves, 7 de febrero de 2013

60º Aniversario, en palabras de mi hermano.

El mes pasado, mis abuelos Aldemar y Cenelia celebraron el aniversario número 60 de su matrimonio.  Mi hermano mayor no pudo asistir a la ceremonia (yo tampoco), pero envió unas emotivas palabras para dejar claro que, en la distancia, celebraba con toda la vida esta buena fecha.   Aquí transcribo sus palabras:


_________________________

Queridos Papá y Mamá...

Hoy no estoy presente para celebrar con ustedes esta gran fiesta,  pero lo estoy de corazón. Desde aquí mando mi abrazo más amoroso para los dos, me siento feliz y orgulloso de tenerlos aún con nosotros, y aunque sean pocos los días del año en que compartimos, esos días son los mejores, me llenan de amor y felicidad, porque si uno quiere sentir amor, solo basta con mirarlos a los ojos a ustedes, o sentir la mano carrasposa del abuelito sobándome la cara y la cabeza.  Esa es una de las sensaciones más placenteras de mi vida.

Mi recuerdo más antiguo del abuelo es de cuando yo tenía 3 años: estábamos en Fátima, yo estaba sentado en la mesa grande redonda en el segundo piso, que me parecía enorme... pero en realidad era pequeña. Era tarde en la noche y, como costumbre familiar, estaban todos despiertos hablando de todo y de todos.  Entonces la tierra tronó y todo se movió, el abuelo me cogió es sus brazos, y me sacó corriendo por la cocina hasta el patio, casi nos quemamos con una olla de aguapanela que se cayó al piso, al final estábamos en el patio, y todo se calmó, no había nadie más, todos habían corrido hacia la calle, yo en realidad no supe que pasó... hasta después de un tiempo, cuando que aprendí qué era un temblor.  Pero ese recuerdo del abuelo conmigo, protegiéndome, con sus manos carrasposas en mis piernas, es la imagen de muchas y muchas ocasiones en la que me cuidó y sentí su amor protector.

De mi abuela mi recuerdo más antiguo es de la misma época: feliz cuidando sus matas y haciéndoles hacer oficio a todos, siempre sonriente y siempre haciéndonos sentir su amor protector, no dejando comer mantequilla a Mario, dandonos "traguitos" antes del desayuno... (esos traguitos no eran de guaro, eran de chocolate o aguapanela con leche), siempre la abuelita con su experiencia y conocimiento de la vida nos enseñó a ser todas una señoritas y todos unos cabelleros.

Hoy, despues de tantos años, llego a su casa y todavía a mi abuelo se le hace un nudo en la garganta al verme, me coge con sus manos carrasposas y me soba toda la cara, y me dice "tan bello mijito como los quiero"  como si fuera la primera vez que lo hiciera; siempre me hace sentir ese amor inmenso que no le cabe en sus manos, y cuando me voy, me abraza fuerte, se le aguan los ojos, y con la mirada me dice que no quiere que me vaya, vuelve y me soba toda la cara, me bendice, y me dice "tan bello mijito, aqui los esperamos" y me voy nostálgico de no poder estar más tiempo allí. 

Pero desde el día en que me fui por primera vez de su casa... tenía 5 años, y me aventuré a ir a los llanos, recibí el mismo amor, y sentí los mismos ojos cada que regresaba y volvía a irme. Es mi abuelo bello, al que no le cabe el amor que siente por todos nosotros, y del que me enorgullezco con su ejemplo de hombre trabajador y honesto, y lleno de amor infinito por todos nosotros.

Por eso hoy desde la distancia quiero decirles que los adoro, que gracias a ustedes y a todo lo que me enseñaron de sus valores, hoy soy una persona de bien, y me enorgullezco de que podamos compartir esta fecha especial todos unidos. 

Papá y Mamá: los adoro!!!

lunes, 4 de febrero de 2013

Mi relación de Amor/odio con Bogotá


Yo amo a Bogotá, partamos de eso.  A Bogotá le debo todo lo que soy como profesional, como deportista, como experto en pedagogía.  Gracias a Bogotá tengo una visión panorámica, amplia y progresista del mundo y de la vida. En Bogotá están mis hermanos, mis amigos, las novias que tuve alguna vez, los colegas del deporte.  Y por su crudeza, dificultad de abarcar, abanico de opciones de todo tipo y el canibalismo laboral en todos los sentidos, Bogotá me hizo competitivo, me puso alerta, me mantuvo actualizado y “en forma”, me enseñó a adaptarme al cambio, a no sentirme confiado ni “en confort”, realmente me preparó muy bien.  Me siento muy satisfecho con el resultado de más de 20 años de vivir aquí.

Entonces, ¿Por qué mis ganas de irme?  ¿Por qué mi hartazgo de la ciudad?  ¿Por qué evitar intencionalmente el dejarme seducir por todas sus ventajas?  Yo lo tenía comprendido a medias, especulando unas veces una razón y otras veces otra.  Pero hace un par de semanas que me di a  la tarea de responderme estas preguntas frente a una circunstancia que se me vino encima de súbito.   Llegué a algunas conclusiones.

1.      Mi amor por Bogotá es cosa de otro tiempo.  Pero no otro tiempo de Bogotá, sino mío.  Otros años en los que necesitaba vivir lo que Bogotá me ofrecía, pero hoy no tendría sentido vivir eso nuevamente
2.  Lo que más disfruto de la ciudad no son las cosas que la ciudad ofrece per se.  Es decir, podría disfrutarlas en otro lugar
3.      Lo que menos disfruto de Bogotá difícilmente se encuentra en otro lugar del país, y permea, contamina y deja intragable al resto de inconvenientes y a todas las ventajas
4.      He tenido la opción de resignarme a soportar una o dos orugas para poder disfrutar de las mariposas.  ¿Pero si ya no me gustan las mariposas?

Cuando era estudiante no me gustaba de Bogotá el hecho de ser una ciudad ruidosa, contaminada, llena de gente hostil o indiferente, que vive de afán y anda en una vorágine de trabajar, trabajar y trabajar, para producir, producir y producir, que permite consumir, consumir y consumir, y luego presumir, presumir y presumir, con el estómago más lleno de vanagloria que de comida.

Eso ya no me molesta.  Y no porque Bogotá haya cambiado hacia una dirección más sensata de su población, sino porque me volví el tipo adaptado a la ciudad ruidosa y contaminada, me volví el tipo hostil e indiferente que vive de afán y que anduvo en esa vorágine de trabajar (más como presa que como depredador), pero supe mantenerme a salvo del consumo, la presunción y la vanagloria.  Ahora me importan un rábano, y he tenido la fortuna de estar donde importen un rábano, pero no siempre se tiene esa suerte

Tampoco me molestan, per se, los huecos, los trancones, porque por fortuna he decidido no tener carro y me he mantenido ahí, además de haber procurado vivir cerca del trabajo para evitarme esas frustraciones, pero no siempre se puede. Inseguridad hay en todos lados y se puede evitar en gran medida “no dando papaya”.  El ruido que se vive a veces no se compara con el que sufrí en Riohacha durante cuatro años.  ¿Entonces?

La gran decepción, aquello que me agua la sopa, lo que hace que a mi sonrisa le dé dolor de muelas, es precisamente lo que ha hecho de Bogotá una gran ciudad, cosmopolita y vanguardista a pesar de los retrógrados que le pululan.  La razón para no querer a Bogotá es que:  ¡¡ Es ENORME !! y  ¡¡ES MUY DENSA!!  Y finalmente:  El ritmo de la ciudad es tal que ¡¡NO HAY TIEMPO!! Ese es el vidrio que está dentro del pastel, y el que no deja disfrutar lo bueno y agrava lo malo.

¿De qué sirve tener 100 salas de cine y 50 teatros si no te queda tiempo ni de revisar la cartelera porque vives a más de una hora de un trabajo que te exprime la vida con crudeza por más de 10 horas al día?  ¿De qué sirve tener eventos como la feria del libro (O cualquier otra exposición de ese tamaño)  si para un trabajador promedio (45 horas a la semana, que son los menos porque otros hemos tenido cargas superiores) le queda imposible entre semana e impráctico los fines de semana?  ¿De qué sirve tener tantos museos si están estratégicamente ubicados para que llegar hasta allá sea una odisea que te consuma más horas de las que vas a estar contemplando las obras?

Ir a cine a la mejor cartelera de Bogotá pasó de ser una actividad de grato esparcimiento para convertirse en una odiosa travesía que puede consumirte de cuatro a seis horas (A menos que vivas o trabajes a pocas cuadras del Avenida Chile).

El problema de la falta de tiempo se nos viene encima cuando queremos hacer algo medianamente productivo en el tiempo libre  ¿Estudiar?  Los que lo intentan se quedan sin vida hasta que finalizan estudios.  ¿Tener pareja?  Con suerte se puede si estudia o trabaja al lado (lo cual tiene sus enormes desventajas).  ¿Tener un hobby?  Se puede, siempre y cuando el hobby sea trabajar horas extra (no pagadas, está claro).  ¿Hacer deporte?  Quizá tenga la suerte de que haya un gimnasio cercano a su casa, y estará repleto a las horas que puede ir.  ¿Ir a eventos, fiestas, reuniones?  Sacrifique algo de lo que ya tiene, por ejemplo el sueño o el tiempo con su familia.

El solo hecho de ver en el transporte público que las mujeres se maquillan, unos estudiantes aprovechan para estudiar en el bus, una buena porción aprovecha para terminar de dormir porque el madrugón no se lo permitió, y muchos tratan de mantener a flote su relación de pareja por teléfono o chat, son ejemplos de cuánto tiempo falta a todos en una ciudad como esta

Lo ideal sería tener un trabajo por horas, de medio tiempo, o de 6 horas al día, para poder disfrutar la ciudad, pero quienes tienen esa suerte (yo lo consideraría suerte) aprovechan el tiempo libre para seguir buscando trabajo, y a veces lo encuentran y resultan con cargas de 12 horas y trabajando fines de semana.  Peor que antes ¿Por qué lo hacen?  La mayoría de las razones derivan de esta:  ¡¡BOGOTÁ ES MUY CARA!!  Una salida de pareja con taxis de ida y vuelta, cine, y cena, sin ser plan austero pero tampoco derrochador, puede llegar fácilmente a la cuarta parte del salario mínimo.   Ese mismo cálculo en cualquier otra ciudad del país no llega a tanto.

Entonces llego a las siguientes tres conclusiones, que tendrán pocos detractores:

1.      Bogotá es una excelente ciudad para estudiar en la universidad, en especial si estás en una de las mejores del país, como mi amada Nacho.
2.      Bogotá es la mejor ciudad para vivir los primeros años de experiencia profesional, mientras te haces un nombre.  Se aprende bastante, se mantiene actualizado y competitivo, se le coge el ritmo al mundo
3.      Bogotá es una excelente ciudad para visitarla como turista.  Eso sin dudarlo.  Ojalá todos las personas pudieran conocer la capital

Pero la siguiente, quizá sí tenga muchos detractores, pero es mi conclusión final:  Bogotá no es una buena ciudad para vivir toda la vida si tu idea de calidad de vida implica tener tiempo libre para varias cosas diferentes al trabajo.  Yo siento a Bogotá como una ladrona que en un parpadeo me roba todo el tiempo que tenía para hacer el montón de cosas que quiero.

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¿Y a qué se debió esta retahíla?  Fue sencillo:  Me ofrecieron un trabajo que implicaba irme de Bogotá y acepté de inmediato.  Estaba bastante contento con esa posibilidad y ya estaba organizando todo para irme definitivamente.  Pocos días antes del día D (D de día), me dicen “Hemos decidido que mejor te quedes en Bogotá”, y mi cara de desconsuelo y aburrimiento (por no decir “mamera”, que me daría pena) fue tal que no solo me preguntaron cuál era mi problema con Bogotá, sino que se buscó la manera de permanecer como la guayabera:  Por fuera (de la ciudad).  Y la pudimos encontrar.

Así que ahora vivo en una ciudad pequeña, con todas las ventajas sobre el tiempo libre que siempre quise, y que buscaré la manera de aprovechar al máximo.  Lo mejor es que no es tan lejos de Bogotá, así que de vez en cuando podré ir de visita a disfrutar algo de esa ciudad que amo tanto.