lunes, 22 de agosto de 2016

Mi desencanto de los Juegos Olímpicos

Por casualidades de la vida, estos son los quintos Juegos olímpicos que me sorprenden sin trabajar ni estudiar, de manera que puedo seguir las competencias casi en su totalidad. Sin embargo, este año ya me siento totalmente desencantado del evento y lo que ha representado.

¿Cuál es el motivo de este desencanto?  ¿Por qué decayó mi entusiasmo si yo era de los que comenzaba a seguir los juegos olímpicos desde años antes, por lo menos, y en varios deportes? ¿Por qué ya no me emocionan las almibaradas y emotivas historias que involucran a los atletas sobreponiéndose a la adversidad de su deporte, su contexto y su realidad?  ¿A qué horas se perdió la magia y la ilusión?  Eso es lo que trato de responder aquí.

Parte del desencanto, supongo, comenzó con haber querido conocer más sobre deporte, pues escarbar más me iba a llevar a encontrar las cosas que están debajo del decorado del pastel.  Buena parte de esa información es la que ha desmitificado el deporte como ese universo idílico en el que los sueños se hacen realidad a través de tu esfuerzo y disciplina y aterriza la cuestión hasta volverlo una actividad tan mundana como cualquier otra.  La otra parte me sirvió para (desde mi pequeño blog de La Ruta del Escarabajo) aportar mi humilde gotica de aceite que lubrique la enorme maquinaria del deporte como entretenimiento.

Comencé como uno de tantos fanáticos enardecidos en una sección de comentarios comentando la hazaña del día, pero con mi blog poco a poco se fue desapasionando lo que tenía para escribir, quise que fuera más mesurado y objetivo en su contenido, de manera que los artículos fueran mucho más que el griterío de un hincha reventando de júbilo o de indignación.  Quise que los lectores dijeran: “Quiero leer este blog porque aprendo y encuentro cosas que otros portales no me van a explicar”.   Decidí entonces dejar de ser “un fan tras el teclado”, callar las vuvuzelas, guardar el papel picado y desinstalar unos cuantos adornos que de manera predeterminada imponía a los deportistas para verlos desde mi óptica.  

¿Qué salió de todo esto? Encontré muchas historias de las que nadie quiere leer y otras de las que nadie quiere publicar. Cuando uno es un aficionado esporádico y coyuntural a cualquier deporte con algunos picos de intensidad durante el año, esas historias no pasan de ser anécdotas aisladas que no afectan para nada la divinización que hemos construido, pero con un poco de datos extra y algunos filtros para la información existente, queda evidente que esto es un gigante con pies de barro y ahí ya se perratió el negocio. 

No me refiero solamente al dopaje ni a los deportistas tramposos, que siempre los ha habido y ya tenían su condena de nuestra parte.  El monstruo es mucho más grande, y los turbios tejemanejes de deportistas, directivos, equipos, organizadores, federaciones, patrocinadores, prensa e incluso gobiernos, todos movidos a tejer (con el propio espectáculo, con las historias emotivas, el sacrificio de los atletas y la hiperbolización a cargo de la prensa) un gigantesco traje del emperador que nadie quiere denunciar porque todos comen de ese plato (aunque unos comen muchísimo más que otros y batantes se van a dormir con el estómago vacío).

Los medios, ese enemigo

El desencanto por el deporte, fíjense ustedes, llega a través de quienes también trajeron el encanto: Los medios de comunicación, que son capaces de destruir un producto, trivializarlo, deformarlo y banalizarlo con tal de tener la exclusividad de venderlo (El proceso inverso lo han hecho con el fútbol). Entonces se comportan como el tendero que vende un producto defectuoso, dañino, incompleto, de mala calidad…  pero es el único producto que tiene para vender, y no quiere cerrar su tienda ni permite que otras abran, y en el proceso convence a todo el público de que su producto es el mejor posible, de que lo necesitan aunque sea banal y de que necesitan esa banalidad per se.  Así estamos.  Miren por ejemplo el tema de la transmisión de los juegos:

Para Atlanta y Sidney, cuando la delegación era la tercera parte de la actual, Señal Colombia transmitía los juegos 24 horas al día.  Era la señal OTI internacional, con narradores conocedores de las disciplinas deportivas, entrando en acción los periodistas locales con los eventos en los que participaban colombianos.  Para Beijing, era posible ver por Terra.TV hasta ocho canales diferentes (solo dos con narración) cubriendo todo el espectro de competencias. Erra narración mexicana, pero estaban todas las pruebas a nuestra disposición. Para 2012, Caracol descubrió el bloqueo por geolocalización de la señal de internet y compraron los derechos para no transmitir sino un puñado de pruebas y seguir dejando su detestable telebasura a la misma hora que se disputan los eventos que ellos mismos ensalzan grandilocuentemente en los pocos minutos que están al aire.

Además de haber reducido al mínimo el tiempo de transmisión, reducen la calidad de la transmisión al traer del fútbol esa perniciosa costumbre de llenar espacios haciendo noticia lo baladí, lo circense, la opinión de cualquier fulano que esté gritando y lleve una bandera, de invadir la vida de la familia de los deportistas, de que la noticia no sea la competencia sino la celebración, de que no quieran documentarse en el deporte que vana transmitir, de que suelten una pifia tras otra, de que la transmisión no sea decir algo más de lo que ya estamos viendo todos, de hacer preguntas insidiosas en las que le indican al entrevistado lo que quieren escuchar como respuesta (ni hablemos de las preguntas intrínsecamente idiotas), y en todo ese proceso, estimular el griterío para llenar el corto espacio de tiempo.  Los medios se hicieron expertos en hacer un circo de cada noticia deportiva, llevando al extremo la cultura del envase y haciendo que el funeral importe más que el muerto y la boda importe más que el matrimonio, como diría el gran Eduardo Galeano.

Mención adicional merece la pornomiseria que quieren explotar con cada campeón, rastreando su infancia para encontrar algún día que haya pasado hambre para hacerlo más visible que la propia historia deportiva.  Pero de eso no quiero hablar.

Tampoco quiero hablar de la atmósfera tensa y turbia que económica, social y políticamente envolvió el tema de los juegos y el mundial de fútbol en Brasil, aunque es un tema que echa aún más leña al fuego.  No es la primera vez que unos juegos tienen este tipo de tensiones, y no me refiero a la guerra fría, sino a otras tan recientes como las denuncias de violación de derechos en Beijing o la enorme deuda que quebró a Grecia por haber hecho los juegos.  Sobre eso hay mucha más información por ahí.


Un vidrio dentro del pastel

El ideal olímpico es la cereza del pastel de los deportes, pero es un pastel que, al igual que las salchichas, mejor quisiéramos no saber cómo están hechos.  Hay deportistas tramposos (siempre los ha habido) y ya ha corrido mucha tinta sobre ellos.  Por fortuna son la excepción y cuenta con el rechazo del público. ¿Pero cuando la corrupta y tramposa es toda una federación, o cuando la trampa se vuelve política de Estado?  ¿No se aprendió nada con la experiencia de la guerra fría, Alemania del Este y otros países del bloque oriental?

Unos me dijeron: "Esto siempre ha sido así, relájate y disfruta", pero no.  Y sí, no será la primera vez que unos atletas estuvieron vetados en los juegos pero sutiles interpretaciones de las normas permitieron que algunos pudieran participar, ni tampoco que unos jueces fueran expulsados por recibir sobornos de una delegación completa, o que una federación nacional (no sabemos si también el ente rector mundial) se salte el reglamento para no descalificar a corredores que habían cometido una falta descalificadora.  Pasa hace mucho y seguirá pasando, pero eso no quiere decir que cuando me vendan el pastel, me lo coma con gusto.  Precisamente por eso me bajo del bus de la idealización.

La lista de estas noticias desmitificadoras es muy larga, no la podré publicar aquí. Por otra parte, las historias emotivas e inspiradoras siguen llegando y no pararán de llegar, gracias a los atletas por ello, pero el tinglado está armado para que no nos demos cuenta de que los enemigos del deporte están dentro del mismo deporte y que si nos damos cuenta, no nos importe.

Y en eso quedó todo: Me tiraron el pastel al suelo.  Era un pastel delicioso, ahora no sé si me voy a sentar en el suelo a comer los pedazos.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Mi camino hacia el ateísmo: Etapa 9/9

Leer etapa 8


Etapa 9: Ateo militante.


Hace un tiempo leí el blog de una chica (que desafortunadamente no pude encontrar para citarlo hoy) en el que confesaba que le daba algo de risa que la calificaran de "atea militante" cuando todo lo que hacía era editar algunas imágenes y promoverlas en redes sociales, nada comparado con la militancia política en la que anduvo un tiempo, siempre con el riesgo de ser detenida, manteniéndose en la clandestinidad y con miedo permanente a ser descubierta o a que le hicieran daño a su familia.

En ese sentido, la actual militancia atea deja de merecer esos elogios, a menos que se esté en países en los que el ateísmo es delito, o en lugares en donde de facto te vuelves blanco de violencia, persecución y acoso.  Si bien en Colombia aún hay lugares así, por fortuna no me ha tocado moverme en ellos.

No sabía entonces si era preciso llamar militante a esta novena etapa, o sería mejor llamarla "Ateo explícito", "ateo fuerte", o algún otro término del espectro.  Sin embargo, y partiendo del hecho de que aún no me encuentro totalmente inmerso en esta etapa pero parece indicar que hacia allá voy, me decanté por este término porque, además, está muy basado en la ciencia (yo tengo formación científica), y es más pragmático que, digamos, un ateísmo centrado meramente en la filosofía.  Partamos entonces de su definición enciclopédica:

El ateísmo militante es un término aplicado al ateísmo que considera la religión como algo falso y además pernicioso. El ateísmo militante tiene al ateísmo como doctrina a propagar y difiere del ateísmo moderado en sostener que la religión es dañina para el individuo y la sociedad.
Para aterrizar un poco esto, digamos que para el ateísmo moderado está claro que cada persona (ateos incluídos) tiene derecho a tener sus creencias, practicarlas y vivir conforme a ellas, y que no es conveniente invadir el terreno ocupado por la esfera personal de las creencias de otros.  Pero en medio de ese mar de esferas está una "tierra de nadie" que se refiere a la vida familiar, comunitaria, de toda la sociedad y todos los espacios posibles: Académico, laboral, de ocio, etc.  El ateísmo militante tiene su propia idea de qué hacer con esa tierra de nadie, y los diferentes movimientos religiosos también. Para usar el término que el propio Papa Francisco usa con temor, las iglesias ven esa tierra de nadie como un terreno a colonizar (o a re-colonizar, porque lo han estado perdiendo) y el ateísmo militante quisiera justo lo contrario: Expandirlo, e incluso invadir esferas privadas.

¿Y cómo encajé yo en medio de esto?  La mayoría de las veces bastaba con continuar defendiendo mi esfera, pero a través de mi trabajo con profesores me vi forzado a desestimular la idea de colonizar para la cristiandad esa tierra de nadie que felizmente crece y crece, evitando invadir las esferas personales ajenas en el proceso. Nada del otro mundo.  La militancia ha llegado con la necesidad de defender la tierra de nadie cuando se están discutiendo temas políticos, económicos, del derecho o incluso pedagógicos (mi área de trabajo) y aparecen los argumentos religiosos como el que aparece en una casa limpia con las botas embarradas.

Recientemente se ha debatido en Colombia temas polémicos como el matrimonio igualitario, derechos LGTBI y despenalización del aborto.  Cuando fui profesor de argumentación, traté algunos de estos temas como ejercicio después de enseñar los tipos de argumentos, un puñado de posibles errores en argumentación y cómo no caer en ellos.  Inevitablemente, el tema nos conducía a reconocer y evitar los argumentos de autoridad que derivaran en diversos tipos de falacias.  Eso desapasionaba el debate y reducía el impacto de las opiniones de la iglesia, sus representantes o algunos fieles demasiado fieles, además de centrar el debate en lo que verdaderamente implicaba, y no en quién dijo algo y qué ocultas intenciones tendrá al decirlo.

Pero un salón de clase es un entorno demasiado controlado para realizar la tarea.  El verdadero reto está en esas dos selvas llamadas REALIDAD  y  REDES SOCIALES, dependiendo de qué tantas ganas tengamos de implicarnos y sumergirnos en ellas.  La mayoría de las veces no quiero involucrarme, pero en otras siento que no me queda opción (Como con el actual debate por las cartillas de identidad de género y los manuales de convivencia y todas las asociaciones ocultas que ha despertado) y entro a debatir aunque ya sepa que será  como hablar contra la pared.  No voy a andar en cruzadas para ateizar religiosos, pero tampoco me quedaré indiferente cuando decisiones que me afecten como ciudadano se tomen con criterios religiosos.  Por ejemplo:




Aquí, y en la intervención de iglesias promoviendo el No en el plebiscito por la paz,  ya se están metiendo en mi esfera y ya se despierta mi militancia, y me convenzo de que la religión es falsa, perniciosa y dañina para el ser humano y la sociedad, y que hay que empezar a movese para que no avance. --

Queda una última entrada que publicaré pronto, será un epílogo para este otro viaje: el de haber repasado un poco de mi historia para dejarla por escrito.