lunes, 22 de agosto de 2016

Mi desencanto de los Juegos Olímpicos

Por casualidades de la vida, estos son los quintos Juegos olímpicos que me sorprenden sin trabajar ni estudiar, de manera que puedo seguir las competencias casi en su totalidad. Sin embargo, este año ya me siento totalmente desencantado del evento y lo que ha representado.

¿Cuál es el motivo de este desencanto?  ¿Por qué decayó mi entusiasmo si yo era de los que comenzaba a seguir los juegos olímpicos desde años antes, por lo menos, y en varios deportes? ¿Por qué ya no me emocionan las almibaradas y emotivas historias que involucran a los atletas sobreponiéndose a la adversidad de su deporte, su contexto y su realidad?  ¿A qué horas se perdió la magia y la ilusión?  Eso es lo que trato de responder aquí.

Parte del desencanto, supongo, comenzó con haber querido conocer más sobre deporte, pues escarbar más me iba a llevar a encontrar las cosas que están debajo del decorado del pastel.  Buena parte de esa información es la que ha desmitificado el deporte como ese universo idílico en el que los sueños se hacen realidad a través de tu esfuerzo y disciplina y aterriza la cuestión hasta volverlo una actividad tan mundana como cualquier otra.  La otra parte me sirvió para (desde mi pequeño blog de La Ruta del Escarabajo) aportar mi humilde gotica de aceite que lubrique la enorme maquinaria del deporte como entretenimiento.

Comencé como uno de tantos fanáticos enardecidos en una sección de comentarios comentando la hazaña del día, pero con mi blog poco a poco se fue desapasionando lo que tenía para escribir, quise que fuera más mesurado y objetivo en su contenido, de manera que los artículos fueran mucho más que el griterío de un hincha reventando de júbilo o de indignación.  Quise que los lectores dijeran: “Quiero leer este blog porque aprendo y encuentro cosas que otros portales no me van a explicar”.   Decidí entonces dejar de ser “un fan tras el teclado”, callar las vuvuzelas, guardar el papel picado y desinstalar unos cuantos adornos que de manera predeterminada imponía a los deportistas para verlos desde mi óptica.  

¿Qué salió de todo esto? Encontré muchas historias de las que nadie quiere leer y otras de las que nadie quiere publicar. Cuando uno es un aficionado esporádico y coyuntural a cualquier deporte con algunos picos de intensidad durante el año, esas historias no pasan de ser anécdotas aisladas que no afectan para nada la divinización que hemos construido, pero con un poco de datos extra y algunos filtros para la información existente, queda evidente que esto es un gigante con pies de barro y ahí ya se perratió el negocio. 

No me refiero solamente al dopaje ni a los deportistas tramposos, que siempre los ha habido y ya tenían su condena de nuestra parte.  El monstruo es mucho más grande, y los turbios tejemanejes de deportistas, directivos, equipos, organizadores, federaciones, patrocinadores, prensa e incluso gobiernos, todos movidos a tejer (con el propio espectáculo, con las historias emotivas, el sacrificio de los atletas y la hiperbolización a cargo de la prensa) un gigantesco traje del emperador que nadie quiere denunciar porque todos comen de ese plato (aunque unos comen muchísimo más que otros y batantes se van a dormir con el estómago vacío).

Los medios, ese enemigo

El desencanto por el deporte, fíjense ustedes, llega a través de quienes también trajeron el encanto: Los medios de comunicación, que son capaces de destruir un producto, trivializarlo, deformarlo y banalizarlo con tal de tener la exclusividad de venderlo (El proceso inverso lo han hecho con el fútbol). Entonces se comportan como el tendero que vende un producto defectuoso, dañino, incompleto, de mala calidad…  pero es el único producto que tiene para vender, y no quiere cerrar su tienda ni permite que otras abran, y en el proceso convence a todo el público de que su producto es el mejor posible, de que lo necesitan aunque sea banal y de que necesitan esa banalidad per se.  Así estamos.  Miren por ejemplo el tema de la transmisión de los juegos:

Para Atlanta y Sidney, cuando la delegación era la tercera parte de la actual, Señal Colombia transmitía los juegos 24 horas al día.  Era la señal OTI internacional, con narradores conocedores de las disciplinas deportivas, entrando en acción los periodistas locales con los eventos en los que participaban colombianos.  Para Beijing, era posible ver por Terra.TV hasta ocho canales diferentes (solo dos con narración) cubriendo todo el espectro de competencias. Erra narración mexicana, pero estaban todas las pruebas a nuestra disposición. Para 2012, Caracol descubrió el bloqueo por geolocalización de la señal de internet y compraron los derechos para no transmitir sino un puñado de pruebas y seguir dejando su detestable telebasura a la misma hora que se disputan los eventos que ellos mismos ensalzan grandilocuentemente en los pocos minutos que están al aire.

Además de haber reducido al mínimo el tiempo de transmisión, reducen la calidad de la transmisión al traer del fútbol esa perniciosa costumbre de llenar espacios haciendo noticia lo baladí, lo circense, la opinión de cualquier fulano que esté gritando y lleve una bandera, de invadir la vida de la familia de los deportistas, de que la noticia no sea la competencia sino la celebración, de que no quieran documentarse en el deporte que vana transmitir, de que suelten una pifia tras otra, de que la transmisión no sea decir algo más de lo que ya estamos viendo todos, de hacer preguntas insidiosas en las que le indican al entrevistado lo que quieren escuchar como respuesta (ni hablemos de las preguntas intrínsecamente idiotas), y en todo ese proceso, estimular el griterío para llenar el corto espacio de tiempo.  Los medios se hicieron expertos en hacer un circo de cada noticia deportiva, llevando al extremo la cultura del envase y haciendo que el funeral importe más que el muerto y la boda importe más que el matrimonio, como diría el gran Eduardo Galeano.

Mención adicional merece la pornomiseria que quieren explotar con cada campeón, rastreando su infancia para encontrar algún día que haya pasado hambre para hacerlo más visible que la propia historia deportiva.  Pero de eso no quiero hablar.

Tampoco quiero hablar de la atmósfera tensa y turbia que económica, social y políticamente envolvió el tema de los juegos y el mundial de fútbol en Brasil, aunque es un tema que echa aún más leña al fuego.  No es la primera vez que unos juegos tienen este tipo de tensiones, y no me refiero a la guerra fría, sino a otras tan recientes como las denuncias de violación de derechos en Beijing o la enorme deuda que quebró a Grecia por haber hecho los juegos.  Sobre eso hay mucha más información por ahí.


Un vidrio dentro del pastel

El ideal olímpico es la cereza del pastel de los deportes, pero es un pastel que, al igual que las salchichas, mejor quisiéramos no saber cómo están hechos.  Hay deportistas tramposos (siempre los ha habido) y ya ha corrido mucha tinta sobre ellos.  Por fortuna son la excepción y cuenta con el rechazo del público. ¿Pero cuando la corrupta y tramposa es toda una federación, o cuando la trampa se vuelve política de Estado?  ¿No se aprendió nada con la experiencia de la guerra fría, Alemania del Este y otros países del bloque oriental?

Unos me dijeron: "Esto siempre ha sido así, relájate y disfruta", pero no.  Y sí, no será la primera vez que unos atletas estuvieron vetados en los juegos pero sutiles interpretaciones de las normas permitieron que algunos pudieran participar, ni tampoco que unos jueces fueran expulsados por recibir sobornos de una delegación completa, o que una federación nacional (no sabemos si también el ente rector mundial) se salte el reglamento para no descalificar a corredores que habían cometido una falta descalificadora.  Pasa hace mucho y seguirá pasando, pero eso no quiere decir que cuando me vendan el pastel, me lo coma con gusto.  Precisamente por eso me bajo del bus de la idealización.

La lista de estas noticias desmitificadoras es muy larga, no la podré publicar aquí. Por otra parte, las historias emotivas e inspiradoras siguen llegando y no pararán de llegar, gracias a los atletas por ello, pero el tinglado está armado para que no nos demos cuenta de que los enemigos del deporte están dentro del mismo deporte y que si nos damos cuenta, no nos importe.

Y en eso quedó todo: Me tiraron el pastel al suelo.  Era un pastel delicioso, ahora no sé si me voy a sentar en el suelo a comer los pedazos.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Mi camino hacia el ateísmo: Etapa 9/9

Leer etapa 8


Etapa 9: Ateo militante.


Hace un tiempo leí el blog de una chica (que desafortunadamente no pude encontrar para citarlo hoy) en el que confesaba que le daba algo de risa que la calificaran de "atea militante" cuando todo lo que hacía era editar algunas imágenes y promoverlas en redes sociales, nada comparado con la militancia política en la que anduvo un tiempo, siempre con el riesgo de ser detenida, manteniéndose en la clandestinidad y con miedo permanente a ser descubierta o a que le hicieran daño a su familia.

En ese sentido, la actual militancia atea deja de merecer esos elogios, a menos que se esté en países en los que el ateísmo es delito, o en lugares en donde de facto te vuelves blanco de violencia, persecución y acoso.  Si bien en Colombia aún hay lugares así, por fortuna no me ha tocado moverme en ellos.

No sabía entonces si era preciso llamar militante a esta novena etapa, o sería mejor llamarla "Ateo explícito", "ateo fuerte", o algún otro término del espectro.  Sin embargo, y partiendo del hecho de que aún no me encuentro totalmente inmerso en esta etapa pero parece indicar que hacia allá voy, me decanté por este término porque, además, está muy basado en la ciencia (yo tengo formación científica), y es más pragmático que, digamos, un ateísmo centrado meramente en la filosofía.  Partamos entonces de su definición enciclopédica:

El ateísmo militante es un término aplicado al ateísmo que considera la religión como algo falso y además pernicioso. El ateísmo militante tiene al ateísmo como doctrina a propagar y difiere del ateísmo moderado en sostener que la religión es dañina para el individuo y la sociedad.
Para aterrizar un poco esto, digamos que para el ateísmo moderado está claro que cada persona (ateos incluídos) tiene derecho a tener sus creencias, practicarlas y vivir conforme a ellas, y que no es conveniente invadir el terreno ocupado por la esfera personal de las creencias de otros.  Pero en medio de ese mar de esferas está una "tierra de nadie" que se refiere a la vida familiar, comunitaria, de toda la sociedad y todos los espacios posibles: Académico, laboral, de ocio, etc.  El ateísmo militante tiene su propia idea de qué hacer con esa tierra de nadie, y los diferentes movimientos religiosos también. Para usar el término que el propio Papa Francisco usa con temor, las iglesias ven esa tierra de nadie como un terreno a colonizar (o a re-colonizar, porque lo han estado perdiendo) y el ateísmo militante quisiera justo lo contrario: Expandirlo, e incluso invadir esferas privadas.

¿Y cómo encajé yo en medio de esto?  La mayoría de las veces bastaba con continuar defendiendo mi esfera, pero a través de mi trabajo con profesores me vi forzado a desestimular la idea de colonizar para la cristiandad esa tierra de nadie que felizmente crece y crece, evitando invadir las esferas personales ajenas en el proceso. Nada del otro mundo.  La militancia ha llegado con la necesidad de defender la tierra de nadie cuando se están discutiendo temas políticos, económicos, del derecho o incluso pedagógicos (mi área de trabajo) y aparecen los argumentos religiosos como el que aparece en una casa limpia con las botas embarradas.

Recientemente se ha debatido en Colombia temas polémicos como el matrimonio igualitario, derechos LGTBI y despenalización del aborto.  Cuando fui profesor de argumentación, traté algunos de estos temas como ejercicio después de enseñar los tipos de argumentos, un puñado de posibles errores en argumentación y cómo no caer en ellos.  Inevitablemente, el tema nos conducía a reconocer y evitar los argumentos de autoridad que derivaran en diversos tipos de falacias.  Eso desapasionaba el debate y reducía el impacto de las opiniones de la iglesia, sus representantes o algunos fieles demasiado fieles, además de centrar el debate en lo que verdaderamente implicaba, y no en quién dijo algo y qué ocultas intenciones tendrá al decirlo.

Pero un salón de clase es un entorno demasiado controlado para realizar la tarea.  El verdadero reto está en esas dos selvas llamadas REALIDAD  y  REDES SOCIALES, dependiendo de qué tantas ganas tengamos de implicarnos y sumergirnos en ellas.  La mayoría de las veces no quiero involucrarme, pero en otras siento que no me queda opción (Como con el actual debate por las cartillas de identidad de género y los manuales de convivencia y todas las asociaciones ocultas que ha despertado) y entro a debatir aunque ya sepa que será  como hablar contra la pared.  No voy a andar en cruzadas para ateizar religiosos, pero tampoco me quedaré indiferente cuando decisiones que me afecten como ciudadano se tomen con criterios religiosos.  Por ejemplo:




Aquí, y en la intervención de iglesias promoviendo el No en el plebiscito por la paz,  ya se están metiendo en mi esfera y ya se despierta mi militancia, y me convenzo de que la religión es falsa, perniciosa y dañina para el ser humano y la sociedad, y que hay que empezar a movese para que no avance. --

Queda una última entrada que publicaré pronto, será un epílogo para este otro viaje: el de haber repasado un poco de mi historia para dejarla por escrito.

jueves, 16 de junio de 2016

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 8/9

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Etapa 8: Ateo débil.

El final de la etapa anterior podría servir como el final de este viaje, pues ya me encontraba a gustito. Curiosamente recorrí este camino sin estar buscando nada en especial, simplemente la vida me fue llevando por ahí. Tras todo lo vivido, estaba ya con la certeza de que era ateo y con la esperanza de que ese tema no tuviera que removerse en el futuro y poder llevar una vida que ni siquiera tangencialmente tocara el asunto.  Muchas asperezas se habían limado, muchos desacuerdos se habían superado, me movía en un entorno secular, todo estaba en orden.

Pero el camino continúa aunque uno se detenga, y también por curiosidad uno puede seguir avanzando.  A partir del punto de declararse ateo convencido surge variado número de posibilidades, corrientes y posturas (la de no avanzar más es solo una de ellas). El espectro de ateísmo está lleno de muchos términos que intentan precisar  la enorme diversidad de estadios posibles en el que la noción es más o menos válida, algunos bastante dispares entre sí. La multiplicidad es tremenda y aunque uno no quiera, siempre habrá oportunidad (o necesidad) de explicar en dónde es que se encuentra uno exactamente en medio de tal marisma.

Entonces, mis pretensiones al iniciar esta etapa no apuntaban a seguir avanzando, más bien quería que el tema dejara de rondar en mis alrededores.  No quería explicar nada a nadie y hacía años me había convencido de la inutilidad e irrelevancia de discutir y deliberar sobre el tema.  Estaba muy de acuerdo con esta cita de Sam Harris:
De hecho, «ateísmo» es un término que no debería existir. Absolutamente nadie necesita identificarse a sí mismo como un «no-astrólogo» o «no-alquimista». No tenemos palabras para las personas que dudan que Elvis aún vive o que los alienígenas han cruzado la galaxia solo para molestar granjeros y sus ganados. El ateísmo no es nada más que los ruidos que las personas sensatas manifiestan en la presencia de creencias religiosas injustificadas.

Decidí llamar a esta octava etapa Ateismo débil para remarcar la diferencia con un ateísmo más comprometido e incluso militante que puede circunscribirse al término ateísmo fuerte, pues el mío era un "dejemos así y hablemos de otras cosas".  También hubiera podido llamarlo Ateísmo implícito y diferenciarlo del explícito, o un ateísmo moderado para diferenciarlo del radical. Supongo que se entiende la idea que quiero mostrar, la cuestión del término  usado viene a ser lo de menos, así que no se vayan a pegar de ahí si quieren controvertirme.

Para ser exactos, diré que en esta octava etapa de la vida estoy en la postura opuesta a la creencia en la existencia de al menos una deidad.  Quizá piensen que suena enredada, forzada y demasiado antiséptica para describir esa realidad, pero es la que considero más exacta por ahora.  Quienes piensen que a la larga solo quiero evitar comprometerme con una postura fuerte y decidida, tendrán razón en pensarlo porque parto de la también imprecisa, polisémica y pluriperspectivística noción de deidad o de dios, a cuya creencia me opongo, y ese "opongo" no parece muy preciso tampoco.  ¿Oponerse cómo, en qué medida, hasta dónde?  ¿oponerse para qué?  Además de ello, me opongo a una creencia sin tener cómo negarla totalmente, aunque bien quisiera, porque caería en el error que tanto critico en las personas religiosas. Ya habrá tiempo de entrar a hilar más fino.

También estoy hablando del tiempo presente (y no del pasado, como en las etapas anteriores), porque siento que es la etapa en la que actualmente me encuentro, coexistiendo quizá con la etapa de apateísmo que ya describí antes y rozando tímida y esporádicamente la siguiente, según sea lo que me vea obligado a aclarar.  De lo que sí estoy convencido es que ya no soy explorador, en el sentido en que lo expliqué algunas entradas atrás.

Sigo entonces con mi línea de tiempo: Alrededor de mis 30 años, en mi interior las cosas estaban más o menos claras tras la muerte de Carín.  Esa etapa estaba muy marcada por la soledad en la que vivía en La Guajira, una soledad que era completamente voluntaria y promovida, al mismo tiempo que era un motivo de lamento permanente del que en muchas ocasiones me hubiera querido librar.  Me sentía a la deriva en una ciudad que no era mía y en la que no tenía amigos, pero no hacía nada por remediar el asunto y cerraba muchas puertas a la posibilidad de conservar a los amigos que dejé en la distancia.  Un enredo completo.  Justo por la época en que inicié este blog, creando el personaje de "El Forastero".

En ese contexto, internet resultó siendo no solamente mi herramienta de trabajo sino también mi principal fuente de información, ocio, aprendizaje y en algunos casos contacto humano. Wikipedia explotó de júbilo ante mis ojos, así como todas las posibilidades de la web 2.0 para crear y compartir contenidos propios.  Lo de las redes sociales vino después, pero estaba en el mismo camino. 

En semejante manigua de contenidos disponibles para leer y aprender, entré en contacto por primera vez con los textos sobre ateísmo, desde los filosóficos hasta los sacados de la manga, y también conocí los grupos e individuos que los promovían.  Me dediqué a ver y leer esos contenidos, contento de encontrar de manera estructurada lo que yo intuía o de lo que tenía apenas una vaga noción.  Hice el ejercicio de no caer en sesgos de confirmación (para entonces yo ya había sido profesor de pensamiento argumentativo, entonces sabía el tipo de discurso que no quería leer), pues existen también malísimos, incoherentes, absurdos y baladíes textos pro-ateísmo que se caen por sí solos y dan vergüenza ajena (Que tampoco estuvo mal conocerlos, porque muchos anti-ateos se suelen pegar de ellos para criticar alguna de las posturas del espectro ateo, en un evidente ejemplo de falacia del hombre de paja).

Supongo que mucha gente se acerca a estos textos para enriquecer su discurso y acalorar los debates en los que quiere meterse, presumir de haber leído e impresionar individuos impresionables. Ese no era mi caso (Aún quería seguirme manteniendo ajeno a esos ejercicios), y por tal razón tampoco fui el devorador compulsivo de "entre más, mejor" ni me di a la tarea de compartir y promover por igual los contenidos de calidad y los patéticos. Fui selectivo, pero leí bastante. Por decirlo de otra manera: Seguí indiferente, pero más informado.

Gracias a esos aprendizajes, también empecé a definir algunos límites que hasta el momento me parecían difusos e imprecisos entre nociones muy próximas. Por poner un ejemplo: Las diferencias entre ateísmo, antirreligión, anticristianismo, anticatolicismo y anticlericalismo, todos ellos conceptos independientes y completos que pueden coexistir y solaparse entre sí, pero que también cubren ideas y acciones independientes, de manera que se puede ser anticlerical pero seguir siendo católico, y muchas otras combinaciones posibles. Este punto cobra importancia en casos como el mío, con una familia a la que amo pero que es profundamente religiosa, y tener claro esos límites impide caer en una de esas falacias de asociación.

Esta claridad adicional me permitió conocer con más precisión todo eso a lo que uno se opone cuando decide oponerse a la creencia en al menos una deidad, todo lo que viene accesorio a ello y todo lo que no viene al cuento. Si uno se quiere meter en los pantanosos terrenos de los debates y las controversias, tener estas claridades puede marcar la diferencia entre un advenedizo ateíllo de internet (es el término que usan algunos neo-cruzados) y la estructurada persona que sabe argumentar, sabe identificar argumentos falaces y traídos de los cabellos y sabe cuándo no vale la pena hacer el menor esfuerzo por controvertir. 

Por fortuna, no quiero meterme en los pantanosos terrenos de los debates, quiero pasar de largo sin tomar partido, aunque tengo clara mi posición. Esta es la principal diferencia entre esta etapa y con la novena y última, que preveo que se acerca a pasos de gigante.

Leer la etapa 9: Ateo militante

domingo, 3 de enero de 2016

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 7 / 9


Etapa 7:  No creyente en deidades ni en nada sobrenatural

En la anterior etapa expliqué que mi postura apática la hubiera seguido conservando para siempre, de no ser porque  algunas veces me vi enfrentado a la necesidad de explicarla.  Muchas veces  me preguntaban el porqué de mi ateísmo (Que en realidad aún no lo era) y salí del paso diciendo que esa sería una conversación sin ninguna utilidad y que por lo tanto no valía la pena tenerla, pero al menos en tres ocasiones elegí debatir y gracias a ello pude dar un paso más en la dirección que considero correcta.

Digo que aún no era ateo porque me faltaba negar algunas cosas clave todavía, y porque la mía era una postura principalmente pragmática, para nada filosófica ni mucho menos teológica.  Para entrar en esos pantanosos terrenos tendría que haber leído mucho y no tenía la menor voluntad de hacerlo (También por motivos pragmáticos, porque en caso de haber ganado algún debate gracias a lo leído, ¿Qué hubiera ganado?  Absolutamente nada diferente a un mero debate).

Encuentro mi postura de entonces muy afín a esta declaración que dio Fernando Vallejo en una entrevista:

"¿Quién entiende usted por Dios? Entonces usted me dice: "el que hizo el mundo" y "este señor es eterno". ¿Y por qué no puede ser el mundo eterno? Si usted puede aceptar la eternidad de alguien, pues también puede aceptar la eternidad del mundo. Entonces es la vuelta del bobo, es una explicación que no explica nada, ¿y para qué sirve? Dios no nos sirve para explicar cómo surge la materia, cómo surge la vida. [...] Ahora bien: supongamos que Dios existe. Dios sí existe. Le voy a dar a usted la razón entonces si quiere. Pero no sirve para un carajo: si no, mire cómo estamos de jodidos."

Entonces, en esos años yo hubiera podido afirmar: "No importa si dios existe porque, si existe, no sirve para un carajo", todos los días encontraba ejemplos para sustentarlo y por lo tanto evité tener cualquier discusión sobre el tema, salvo por algunas contadas excepciones, entre las que se encuentran estos tres ejemplos: 



1. El yugo desigual - 2005

Ana se llamaba una mujer que conocí en mis años viviendo en Riohacha, a la que quise cortejar tras recibir algunas señales positivas.  Al final el asunto no avanzó nada porque ella era cristiana practicante, voluntaria de su iglesia, creyente convencida en las palabras de su pastor como hombre iluminado directamente por dios, y yo era un infame ateo que se iba a condenar y ella no podía estar en un yugo desigual, es decir, estar ennoviada con un inconverso.

La intención de tener novia murió allí, pero debo reconocer que Ana se esmeró en encontrarle solución a este inesperado y muy fuerte obstáculo y la que encontró fue tratar de convertirme.  Es evidente que falló.

Este evento es crucial en mi proceso porque ella realmente quería conocer en detalle cuál era mi postura para entender cómo me podría ayudar, de manera que se interesó por preguntarme detalles sobre lo que pensaba, creía y decidía, y yo le respondí.  Recuerdo que a pesar de no estar especialmente preparado para debatir aquello, fue relativamente sencillo desbaratar cualquier argumento que ella tuviera para intentar convencerme de convertirme, ya que no lo hacía desde la teología ni desde la trascendencia, sino desde el bienestar, la felicidad y el gozo que creer en dios proporcionaba, de las virtudes que permitía, del optimismo con que llenaba la vida, etc.  Desde el punto de vista de lo pragmático y del apateísmo en el que tan a gusto me encontraba, es posible llegar a las mismas conclusiones  y el mismo bienestar sin recurrir a deidades.  Ser feliz no solo es fácil, sino que en ello solo interviene la decisión personal de cada quien.

Con este ejercicio vi clara una fisura en uno de los argumentos más utilizados para demostrar la existencia de dios o las bondades de cualquier congregación religios (argumento muy usado por mi familia) y es que pueden tener efectos positivos en la vida de las personas.  Básicamente, aprendí a contradecir los siguientes razonamientos falaces:

Mi vida era vacía y sin propósito
Comencé a creer en dios / abracé la religión / etc
Ahora siento que mi vida tiene un propósito y la siento llena de luz
Por lo tanto, dios existe

Yo era una persona superficial /materialista / alcohólica /cualquier defecto o vicio
Comencé a creer en dios / abracé la religión / etc
Ahora soy una persona sensible, sana y solidaria
Por lo tanto, dios existe


Este es un buen ejemplo de tratar de demostrar una conclusión falsa a partir de premisas verdaderas, un error de lógica en el que caen las personas religiosas con bastante frecuencia, y en el que quieren hacer caer a todo aquel que (por la razón que sea, a veces por pura cortesía) se disponga a escucharlos, sobre todo cuando están empeñados en hacer misión.

2. La aldea y la misión: 2005

En ese mismo año, tuve la oportunidad de pasar un mes con mi abuelo (El mejor ser humano que conozco, una persona tremendamente religiosa, que no ha visto ninguna incompatibilidad entre mi ateísmo y su religiosidad) en el lugar que él escogió para vivir sus últimos años.  A ese lugar lo llaman "La Aldea", una finca preciosa en la que habitan varios voluntarios que, junto a otros que moran más distantes, ejercen y viven su religión católica de una manera muy intensa y sincrética, con aires de pueblo elegido, creyendo en la medium de los mensajes multipropósito, todo esto de una manera que no logro entender (léase esto en los dos sentidos posibles) y dedicando tiempo a hacer misión.  No doy más detalles porque en realidad no los conozco (no he querido conocerlos), mi interés por estar allí se reduce a que quiero estar en el lugar en el que estén mis abuelos, sea el que sea; no participo de su experiencia religiosa pero tampoco intento torpedearla.

Pues bien, en el mencionado lugar me encontraba yo acompañando a mi abuelo en el año en que grabé los videos con los que inicié su blog.  También se encontraba un grupo de jóvenes entusiastas dedicando unos buenos años de su vida a vivir allí su experiencia religiosa de una manera muy curiosa: Siendo jornaleros voluntarios.  Esa temporada, este grupo de jóvenes sintió curiosidad por saber por qué yo era ateo y me propusieron que se los explicara.  Entonces tuvimos una pequeña tertulia.

Veo en retrospectiva que en esa ocasión me encontraba más estructurado y coherente de lo que había sido con Ana unos meses antes (Había estado leyendo) y también que mi discurso era un poco más centrado en sí mismo y no uno contra-algo o defendiéndome-de-algo, que resulta muy débil y no se sostiene en el tiempo si "ese algo" cambia o desaparece.  De manera muy natural trascendí mi postura pragmática a una más en los terrenos del agnosticismo, afirmando que toda discusión sobre la existencia de dios no solo era irrelevante sino también infructuosa y bizantina porque trataba de un tema que no se podía conocer y que los 2000 años de tradición en los que no se ha encontrado la respuesta definitiva, pese a que varios la han buscado desesperadamente, eran suficiente evidencia para demostrar que nunca se iba a encontrar.

Debo reconocer que fue grato que la discusión no se centrara en lo que dijera la biblia o lo que dijera la iglesia (Como había sido la discusión con Ana), lo que me hubiera generado mucho cansancio como para continuar.  Tampoco mostraron la religión en ese detestable papel de "secuestradora de la moral" (como si no pudiera haber una moral secular) que también me generaban cansancio.  en lugar de ello, se focalizaron en preguntas del tipo ¿No piensas que sería muy triste que después de la muerte no hubiera nada?  ¿No te sientes amado por dios al contemplar la naturaleza/ la vida /tu familia...?  ¿Cómo sería entonces esa sensación de no ser especial, de ser solo un montón de carne que morirá? ¿No te sientes más tranquilo al saber que el tiempo de dios es perfecto, que tiene un plan para nosotros? ¿Es que no crees en el alma?

Mi respuesta se centraba en mostrarles que estas preguntas, además de insidiosas (con su formulación presuponen la existencia de deidades), tenían respuestas personalizadas que cada quien podía considerar válidas y reducía todo el tema a un simple "Creo en esto porque me hace sentir bien", pero eso no significaba fueran verdad ni que permitieran siquiera acercarse a la verdad.  Muchas personas siguen una religión porque en ella se está a gustito, aunque estén en desacuerdo con la mayoría de lo que predican y aplican.

Esta tertulia me permitió estar seguro de que ya no estaba en esa difusa fase de sentirme "Espiritual pero no religioso" en la que me encontraba años antes. Ya me encontraba NO CREYENTE en deidades, pero aún faltaba el paso adicional de poder afirmar que no existían. También me permitió debatir argumentos falaces como los siguientes :

Tengo miedo a lo que pueda ocurrir después de la muerte
Creer en dios me da una respuesta reconfortante sobre lo que me ocurrirá
Por lo tanto, dios existe

Me gusta sentirme especial y amado
Creer en dios me hace sentir especial y amado
por lo tanto, dios existe


Estos argumentos falaces también son muy usados por la gente religiosa.  Hábilmente confunden "demostrar que existe" con "demostrar que es deseable que exista".  Un dios que exista es una idea muy deseable para muchas personas, pero esa deseabilidad no lo hace más real.


3. La muerte de Carín - 2006

Yo tenía 30 años y ya había avanzado bastante en este camino cuando falleció mi hermanita.  He dicho que esta fue una prueba de fuego porque súbitamente me enfrentó a eventos en los que la religión suele tener el papel protagónico de dar consuelo y ofrecer respuestas a algunas preguntas inquietantes.  Además de ello, si bien el proceso de duelo personal se puede mantener al margen de esa contaminación, el duelo familiar y grupal, si la familia es muy religiosa, como en mi caso, y aunque haya individuos no religiosos, es impensable sin recurrir a la religión.  Si hay personas que solo son religiosas en esporádicos momentos de su vida, sin duda algunos de esos momentos se relacionan con la muerte de seres queridos.

Entonces, súbitamente me enfrenté a la necesidad de consolarme, consolar a mi familia, participar de los eventos rituales que habían escogido, respetar las diferentes manifestaciones de espiritualidad y religiosidad de cada uno, dentro de su propio proceso de duelo, sin renunciar a mi postura, todo esto dentro del marco de "estar presente y estar unidos" que tuvimos y que hicimos bien.  Fue un proceso del que aprendí mucho.

Voy a abordar este periodo desde varios aspectos:

Un dios que permite el sufrimiento:  Conozco el caso de personas que se han vuelto ateas porque han perdido un ser querido (u otra noticia similar) y no comprenden la razón de ese sufrimiento ni cómo creer en un dios misericordioso que lo permite.  También conozco el caso de otros que han abrazado la religión (o fortalecido la existente) justamente después de haber perdido un ser querido o vivido eventos atroces.  Alrededor de nuestra noticia hubo muchos del segundo grupo que pensaban que yo era del primer grupo y me invitaban al segundo.  "Busca a dios que él te dará consuelo", me decían.  Pero yo buscaba consuelo por otra ruta, y también lo encontré.

Esa situación me mostró la multidimensionalidad y complejidad del proceso general de llegar al ateísmo y de muchas particularidades por las que afortunadamente yo no tuve que pasar (que vine a conocer a fondo en las siguientes dos etapas que faltan).  Esta, en especial, me parece simplísima: tratar de argumentar la existencia o inexistencia de dios basados en que permite el sufrimiento o en que tiene un plan para ello es, desde mi postura pragmática, una de tantas discusiones bizantinas que ronda un tema que no tiene respuesta.  Es una respuesta comodín, que intenta responder a todo sin responder realmente a nada.   Es como si a la pregunta "¿Por qué sucede esto?" se respondiera "Sucede por algo!"

Un dios que consuela: Escuché muchas frases dichas con la intención de consolar, bien desde la propia doctrina o bien desde la tradición, pero es claro que todas son dichas basados en un deseo inmenso de que sean ciertas, no en una certeza de que lo sean.  La religión es polivalente a la hora de responder las preguntas sobre la vida después de la muerte, de manera que todas sean respuestas que justamente la gente está ansiosa de escuchar.

Cuando estuve en La Guajira me sorprendió mucho la manera en que allí se vivía el tema de la muerte, tanto en su dimensión religiosa como en la cultural, y tanto en la esfera personal como en la familiar y social.  No entraré ahora a describirlo, solo diré que se vive de una manera mucho más intensa (en algunos casos me pareció exagerada).  El dolor expresado alrededor de la muerte requiere entonces un consuelo acorde a esa intensidad y por ello la religión tiene tanto protagonismo, tiene mucho trabajo por hacer.

Pero el sufrimiento, como la felicidad, es opcional; una persona que decida no sufrir no necesitará esa ayuda, y tal fue mi caso.  No quiere decir esto que no sentí dolor con la muerte de mi hermana (sentí muchísimo), pero lo asumí como el evento natural que es, que es parte de la vida, convencido de que que yo podía con una sonrisa honrar su memoria y sentirme agradecidos por lo vivido, que podía recordarla feliz y recordarnos felices gracias a ella.  Entonces, hay tristeza por la ausencia, pero no hay sufrimiento, y por lo tanto no se requieren pociones mágicas ni palabras específica para que pare de sufrir (El hecho de que exista una iglesia con ese lema da a entender que tienen muy bien identificada su población destino).

Así como el cristianismo te vende la solución para el pecado (un problema que el propio cristianismo creó), también te ofrece consuelo para un sufrimiento derivado de la concepción cristiana de la muerte.  Es un círculo vicioso, un negocio redondo, y algo similar resulta de cualquier situación que genere estrés: el miedo a la propia muerte, las dificultades financieras, incertidumbre laboral, crisis familiares, enfermedades...  para todo ello la religión ofrece consuelo como respuesta, siempre y cuando la pregunta se formule invocando su intervención.  La clave para salirse de esa dependencia está en no formular esas preguntas.

Volviendo a mi proceso, este evento (aunque doloroso) me permitió aprender mucho más y dar el paso definitivo en la dirección correcta.  Podría decir que al final de esta etapa ya era ateo, pero la idea la desarrollaré en la siguiente entrada.  Por lo pronto, comparto estos argumentos falaces que pude controvertir gracias a esta etapa:



Algo terrible me ha sucedido y estoy triste
Creer en dios me dará consuelo
Por lo tanto, dios existe

No logro entender por qué fallecen nuestros seres queridos y eso me pone triste.
Creer en dios me dirá que no necesito entenderlo, que es su plan y es perfecto.
también me dirá que mi ser querido está bien, en un lugar mejor, feliz.
quiero creer eso porque me reconforta.
por lo tanto, dios existe.



Como  queda evidente, estas afirmaciones no demuestran que dios exista, solo lo hacen una entidad deseable para muchas personas.
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