Pensaba comenzar la entrada diciendo que pocas personas saben cómo me llamo, pero lo más exacto es decir que muchas personas no saben cómo me llamo. Especialmente mis contactos por internet y todas las personas que conocí jugando tenis de mesa.
En internet, mi usuario de blogger, de messenger, de skype, de wikipedia y de facebook no es mi nombre, y en tenis de mesa me conocen mejor por un pseudónimo que usé para una actividad del año 93 y resultó quedándome encima 18 años después.
En internet, mi usuario de blogger, de messenger, de skype, de wikipedia y de facebook no es mi nombre, y en tenis de mesa me conocen mejor por un pseudónimo que usé para una actividad del año 93 y resultó quedándome encima 18 años después.
Este pseudónimo es, precisamente "Lautaro", o para ser más exactos "Láutaro". La semana pasada se conmemoraron 454 años de la muerte de Lautaro, y entonces recordé todo este asunto con mi nombre. No es que me avergüence (por fortuna no me llamo Yuverney, Tormairover ni nada semejante), tampoco quiero llevar una vida paralela de super héroe que de día trabaja en la oficina de dirección pedagógica y por la noche combate el crimen en los artículos de wikipedia, pero desde que era niño me gustaba pensar que me llamaba diferente, y si la situación era bastante inofensiva, me presentaba con un nombre que no era el mío, porque a fin de cuentas no me iban a volver a ver.
Pero el pseudónimo de "Láutaro" trascendió, y me gustó que lo hubiera hecho: Así me llamaron los compañeros de un curso para aprender a escribir, cuando escogí este nombre al azar para inscribirme en un concurso de cuento. Ellos resultaron llamándome así en el salón de tenis de mesa, donde otras personas resultaron llamándome así. Cuando fui a competir a nivel de liga y en campeonatos nacionales, no daba mi verdadero nombre porque igual no iba a llegar a instancias que requirieran entregar documentación. Mi verdadero nombre resultó ser como la "lámpara de salir corriendo" que el patriarca colgaba junto a la puerta, lo usaba solo en casos de emergencia. Ocho años después, cuando ya tenía mi primer trabajo normal y tuve que dar mi nombre para firmar un contrato y cobrar un cheque, mi verdadero nombre me era tan ajeno que hasta me hubiera dado la misma llamarme como fuera, me sentía despertando con una tremenda amnesia. Luego me pasó esa resaca, asumí mi nombre y en mi entorno laboral sigo siendo el mismo de la cédula.
Pero el pseudónimo de "Láutaro" trascendió, y me gustó que lo hubiera hecho: Así me llamaron los compañeros de un curso para aprender a escribir, cuando escogí este nombre al azar para inscribirme en un concurso de cuento. Ellos resultaron llamándome así en el salón de tenis de mesa, donde otras personas resultaron llamándome así. Cuando fui a competir a nivel de liga y en campeonatos nacionales, no daba mi verdadero nombre porque igual no iba a llegar a instancias que requirieran entregar documentación. Mi verdadero nombre resultó ser como la "lámpara de salir corriendo" que el patriarca colgaba junto a la puerta, lo usaba solo en casos de emergencia. Ocho años después, cuando ya tenía mi primer trabajo normal y tuve que dar mi nombre para firmar un contrato y cobrar un cheque, mi verdadero nombre me era tan ajeno que hasta me hubiera dado la misma llamarme como fuera, me sentía despertando con una tremenda amnesia. Luego me pasó esa resaca, asumí mi nombre y en mi entorno laboral sigo siendo el mismo de la cédula.
Con el advenimiento de internet volví a relegar mi nombre a la trastienda y a crear un pequeño personaje, el que habla en este blog, y sin llegar a ser un fanático de los MMORPG que pierden la noción de la realidad y luego no saben qué vida es la real, aquí sigo llamándome como no me llamo, forasteriando por internet.
La historia de Lautaro (el araucano, el héroe chileno) es bastante buena y la invito a leer. La mía está en ese punto muerto y enmarañado que tan bien le sale a Dostoievsky o a Solzhenitsin cuando quieren enredar la cuerda y alargar a las malas unas 200 páginas sus novelas, pero que a uno le resulta como caminar con el pantano a las rodillas. Y si comenzara a contar esta historia, me darían ganas de llamarte de otra manera
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