miércoles, 30 de diciembre de 2015

Mi camino hacia el ateísmo - Etapa 6 / 9


Etapa 6:  Apateísmo

Escribo esta entrada un 29 de diciembre, aniversario del fallecimiento de mi hermana.  Este hecho es central en la que sería la siguiente etapa de mi proceso (Ser No-religioso ni creyente en algo sobrenatural), pero dado que esta etapa coexiste con otra que tiene un alcance temporal mucho mayor, y que ha marcado el rumbo que he ido tomando, decidí abordarla primero.  Además, es el momento de dar una nueva ampliación al contexto para comprender esos años y por qué resulté con esta actitud de apatía frente al tema.

Pero antes, una breve explicación sobre este término APATEÍSMO. Resulta ser un neologismo que aglutina apatía y ateísmo tanto en su nombre como en su definición, aunque sin muchas pretensiones a la hora de definir una filosofía o una reflexión profunda, y sin ningún autor que se haya dedicado a hacerlo.  De hecho, Wikipedia en español se ha negado a tener el artículo (Lo han borrado tres veces) porque no tiene rigor académico requerido.  Para una fuente que consulté, el apateísmo no es más que una moda de gente perezosa intelectualmente que no quiere hacer el esfuerzo de definir su postura, o deshonestos que no quieren mostrar su verdadera identidad atea.

Para resumir, el apateísmo es una postura que consiste en considerar que la posible existencia de deidades y la búsqueda de conocimiento al respecto no es importante, y que en consecuencia el debate al respecto no es relevante.  El apateísmo afirmaría No sé si existen dioses, y no creo que sea importante saberlo.  Además, rehúye explícitamente el preocuparse de la propia religión y manifiesta una aversión aún mayor a preocuparse de la de otros y de los asuntos religiosos en general.

¿Cómo fue que llegué aquí?

Al final de la cuarta etapa, los hechos que me llevaron a estar convencido de ser no-católico (y posteriormente a ser no-religioso) me tenían harto y fastidiado, me habían desgastado de una manera que no solamente no deseaba, sino que estaba seguro que ni siquiera había valido la pena. Pensaba que tampoco valía la pena ponerme a debatir sobre el tema con nadie, defender mi postura, defenderme de la discriminación, la extorsión emocional o los vainazos que comenzaron a llegar ni molestarme por contradecir los argumentos traídos de los cabellos que querían esgrimir para regresarme al redil, y no valían la pena porque era puro desgaste: Yo no iba a retroceder en ese camino y mis argumentos no los iban a desmotivar de seguir en su postura. Entonces decidí callarme sobre el tema, no entrar en polémicas y alejarme un poco de mi familia.  Cambiar de residencia 1000 kilómetros más lejos ayudó bastante.  Nombro (nuevamente) mi familia porque allí se dieron los sucesos que me hicieron llegar a la conclusión de que la religión, la existencia de dioses y la posible relación con ellos no era relevante para mí

Si bien mi actitud apática sobre el tema habrá comenzado mucho antes (durante la universidad siempre encontré temas más relevantes de los cuales estar preocupado), y recuerdo muchas veces haber rehuído a debates sobre el tema cansancio sobre el tema (y por considerarlo irrelevante) el evento crucial fue el ofrecimiento de ser padrino de bautizo porque entonces mi familia supo que yo era ateo.  En retrospectiva, creo que no era estrictamente cierto que yo fuera ateo (más bien era algo así como un agnóstico débil), pero ese fue el término que utilicé por simplicidad.

La noticia causó mucha preocupación en mi familia, causó consternación y desilusión, causó angustia por mi suerte ahora que seguramente estaba condenándome.  Yo trataba de convencerlos de que mi decisión no tenía por qué afectar nuestra relación, que yo seguía siendo el mismo de siempre, igual de solidario o cariñoso, que seguía queriendo a mi familia, no ve había vuelto un desalmado criminal ni un adorador del diablo. Solo había tomado una decisión personal que no tenía por qué afectarlos, En resumidas cuentas, y sin saber que existía el término, estaba ya en terrenos del apateísmo.

Porque ese es otro punto: decidí hacer de la decisión de dejar de ser una persona religiosa algo meramente personal, sin ninguna pretensión de tratar de convencer a nadie de que mi postura era la correcta ni reconvertirlos.  Tampoco me lancé a desacreditar o ridiculizar todas las creencias y opiniones que yo ya consideraba falsas, obsoletas o ridículas, ni a sabotear los eventos y rituales que celebraran, ni a insultarles por no abrir los ojos de la razón ante esas farsas.  Lo que hacía era simplemente marcar ese tema como completamente irrelevante y dedicarme a disfrutar del reencuentro, pues pocas veces en el año nos veíamos como para enlodar el momento con esas (pensaba yo) trivialidades.

Al final el momento se enlodó, infelizmente y no por que yo quisiera.


El rollo de la virgen

A finales de los 90, mi familia resultó muy crédula en una virgen María que se comunicaba directamente con ellos para dejarles mensajes personalizados a través de alguien que fungía como medium.  El cuento (como ellos mismos me lo contaron) no se sostenía por ningún lado, pues los mensajes en el mejor de los casos no eran más que una serie de comodines aplicables a cualquier persona (recordemos el Efecto Forer), en otras ocasiones eran un compendio de palabras de aquellas que  precisamente las personas querían escuchar, y en el peor de los casos eran instrucciones anacrónicas y absurdas sobre temas que no tendrían por qué estar en la esfera religiosa, (Normas de comportamiento, por ejemplo, prohibir a los niños ver Bob Esponja porque tenía mensajes satánicos). También hablaba de cómo asumir y vivir la religión en el día a día.  Obviamente, las instrucciones permitían que el rollo mismo se reforzara aún más y consumía todo el tiempo libre de las personas.

Ignoro si aún siguen así, pues con el tiempo se terminó el acoso y el chantaje emocional de los primeros años bajo esa influencia y ese no es un tema de los que yo suela hablar, pero en su momento sí me sentí excluido y discriminado por mi decisión, remarcando y sobredimensionando una diferencia que debería ser tan trivial como cualquier otra preferencia personal, todo dirigido por las recomendaciones de la medium.  Para mí, la diferencia en que cada quien vivía su espiritualidad debía estar al mismo nivel que la diferencia en la filiación política o del equipo de fútbol del que se es hincha:  Una diferencia que no podía estar por encima de la familia.

En cierta ocasión llegué a la casa materna como cada diciembre, después de estar todo el año separados.  Una de las primeras cosas que hizo mi madre fue pedirme que me reconvirtiera al catolicismo porque la virgen anunciaba tiempos difíciles en los que solo se iban a salvar ellos. También me recomendó que me reconvirtiera porque, de lo contrario, llegaría el día en que ella no podría abrirme la puerta de su casa si la virgen se lo pidiera.  Yo le dije que no me gustaría que  ella tuviera que enfrentarse a tomar esa decisión, así que me devolví por donde había venido.  Ahí comenzó un paréntesis que duró algunos años

La separación

Este suceso, naturalmente, me llenó de razones para reforzar mi postura en contra, aunque al comienzo no tenía muy claro contra qué.  No podía ser contra la religión católica, porque no se trataba de un asunto de la doctrina o de la tradición (aunque en el pasado lo hubiera sido, el consenso actual es diferente).  Tampoco podría ser contra la iglesia católica, pues no se trataba de directrices de esa institución o de sus jerarcas, así que resultó ser en contra de cualquier religión en general, de cualquier creencia sobrenatural y de la susceptibilidad a creer ese tipo de cosas que una educación religiosa y una tradición religiosa ha dejado en la mente de las personas, lo cual devuelve (ahora sí) la culpa a la iglesia, que lo ha permitido y promovido.


Para mí, creer en este tipo de cosas está al mismo nivel que creer en el horóscopo, posesión demoníaca o abducciones ovnis, pero más allá de pensar si puede ser cierto o falso (dejémosle ese beneficio), está claro que puede ser muy peligroso, inconveniente, contraproducente y por ello mismo innecesario y a todas luces evitable en la medida de lo posible.  También me convencí de que era completamente posible evitarlo (yo lo había hecho), así que quedaba por el suelo cualquier pretensión de tercerizar la culpa para justificar decisiones como esas.  Una religión no sirve para un carajo si lo primero que va a hacer es dividir a las familias y marcar como rivales a los que amas.

El meollo del asunto fue rebajar el nivel de importancia a la pregunta de si eso era cierto o falso y centrarse en mostrar que era inconveniente e innecesario.  Este es el núcleo de la postura apatea.

Claro que era posible hacer el debate de si todo aquello era cierto o falso, y por puro sentido común o observación objetiva era posible saber que se estaba frente a una farsa de las que primero te llena de miedo para después venderte la salvación, pero ese ya es terreno de mi siguiente entrada.  Con todo, llegaron después los años independientes, el inicio de la vida profesional, la ida a La Guajira...  todas ellas etapas que desarrollé de manera secular.

¿Hasta cuándo duró esta etapa?

A veces podría afirmar que sigo en ella, porque al tema religioso en cuestión no quisiera darle la importancia ni la trascendencia que a veces he tenido que darle, y me encantaría continuar mi vida sin tener que enfrentarme al menor ejercicio de tomar una postura y defenderla, pero no ha podido ser así.  Ya a los 29 años tuve que exponer mi total convencimiento de no creer en nada sobrenatural (Esa es mi siguiente etapa) y a los 30 vino una prueba de fuego para una especie de "no hay ateos en las trincheras" siendo yo el de la trinchera.  El fallecimiento de mi hermanita me mostró que en realidad ni siquiera para encontrar consuelo (uno de sus principales usos) resulta necesaria la creencia en un dios.

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Leer etapa 7. No religioso ni creyente en algo sobrenatural
Leer etapa 8. Ateo débil
Leer etapa 9. Ateo militante

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