martes, 20 de febrero de 2007

El desembarco


Bajarse del Bus, del avión, taxi, chiva, jeep, barco o cualquier vehículo que nos transporte es una de las mejores cosas de viajar. No se trata solamente de la oportunidad de estirar las piernas sin el desconsuelo de tener que volver a subirse, ni que sea la oportunidad de alejarse de los demás pasajeros de una vez, agradeciendo al azar por esa buena broma que se le ocurrió (Quizá nos puso al lado el pasajero que ronca y babea, o el que quiere hablar cuando quieres leer, el que invade tu espacio al dormirse, el que olvidó bañarse los últimos cuatro días o el que entre su equipaje de mano llevan uno o dos niños que parecen contratados para llorar a 50 dólares la hora).

desembarcar es reconfortante y gratificador, darle la espalda a ese vehículo es el último de los actos para desconectarnos de todo lo que dejamos atrás. Se larga el bus, desaparece el último vínculo a nuestro pasado inmediato (que a partir de ese momento tratará de ser remoto, al menos por unos días), precisamente el vínculo que nos trajo, el último que vieron los que dejamos

No todo desembarco es igual. A veces se respira como si estuviéramos estrenando los pulmones, y otras veces nos alejamos pensando que ese transporte fue un maldito obstáculo más que no nos dejó llegar antes. A veces estamos entre los que querían quedarse, y nos bajamos con la sonrisa arrastrando los pies. En todo caso, el verdadero viaje, lo que sea que esté por llegar (bueno o malo) comienza con ese desembarco

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